Si la mala leche y la extraordinaria capacidad para destilar odio que existe en este, por muchas razones desdichado país nuestro (especialmente en campañas electorales), se obrara el milagro de tornarse bondad, justicia y honradez, en lugar de estar a la cola del mundo en estas admirables virtudes, estaría en la cúspide.
Digo esto por la gran mayoría de partidos políticos, sus líderes y sus seguidores. Todos les escuchamos a diario escupir por sus bocas tantos insultos y maldades que, sin que nos sean dirigidas a nosotros, los esquilmados contribuyentes, nos revuelven las tripas.
Nos estamos volviendo cada vez más un país ateo (lo de laico me parece una tomadura de pelo) y esto se nota muchísimo porque la bondad, la caridad y la solidaridad están bajo mínimos; vamos que está por los suelos, y por haber dejado de creer en Dios, muchos ya no creen ni en la madre que les trajo al mundo. ¡De pena, vamos! ¡De pena, señores políticos! ¡Qué espectáculo tan denigrante, tan bochornoso el que nos ofrecen!