La presunta existencia de intereses espurios y, por tanto, ajenos a los que son propios a la actividad pública forma parte de los fantasmas que periódicamente y de modo más o menos recurrente irrumpen en la escena política. Suelen localizarse cuando se produce la convergencia de los intereses particulares con los públicos.
Siempre se ha tendido a evitar el conflicto entre funciones públicas y privadas. La Lex Claudia impedía a los senadores romanos dedicarse al comercio, y constituyó el precedente de otras muchas medidas que a lo largo de la historia se aplicaron con la misma finalidad.
En España ha cobrado actualidad este asunto a raíz de la actuación de dos diputados, y las fuerzas políticas reclaman, para erradicar situaciones similares, un endurecimiento del régimen de incompatibilidades.
Decía Savigny que la historia no resuelve problemas pero ayuda a entenderlos; sabia máxima del jurista alemán, padre de la historia del derecho, que, aplicada al caso, nos pone de manifiesto que –al margen de la exigua regulación contenida en el ámbito parlamentario- con anterioridad a la aprobación del régimen de incompatibilidades de diputados y senadores (1985), es difícil recordar supuestos de similares características a los que ahora suscitan los aires de cambio, lo que indica que el endurecimiento del régimen de incompatibilidades no es la panacea.
Más aún. No puede afirmarse que haya unanimidad a la hora de defender la dedicación exclusiva de diputados y senadores. Todo lo contrario. El informe Nolan, emitido por el comité del mismo nombre creado en el Reino Unido para la creación de estándares en la vida pública, ante la decadencia en valores de la sociedad británica, al pronunciarse sobre el trabajo externo de los parlamentarios, es categórico: “Recomendamos que los diputados deberían mantener su derecho a tener trabajo remunerado no relacionado con su función como diputado”.
En Norteamérica existe reticencia por parte de los parlamentarios estatales a aceptar la dedicación exclusiva, tanto por el propio rechazo a hacer del mandato parlamentario el único medio de vida como por el temor a que admitir la exclusividad acarree consecuencias electorales negativas.
Además, filosóficamente, la dedicación exclusiva significa apoderarse de toda la potencialidad física e intelectual de una persona durante toda su vida parlamentaria, así como de su tiempo libre, lo cual tiene connotaciones medievales.
Por tanto, la solución no hay que buscarla en las incompatibilidades. Hay otras medidas mucho más operativas que son el precipitado lógico del diagnóstico de la situación.
Tejer entramados de clientelismo privado solo es posible si se permanece en el puesto público durante el tiempo necesario para tricotarlos. Por tanto, limitar la posibilidad de reelección se nos aparece como una solución radical para evitar las antiéticas y antiestéticas disfuncionalidades.
Decía Bernard Shaw, en su libro “Democracia esclerotizada”, que “los políticos y los pañales se han de cambiar a menudo y por las mismas causas”.
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