La VII Cumbre de las América celebrada en Panamá tuvo dos focos: Cuba y Venezuela. Referente a La Habana, Raúl Castro expresó una frase que encierra el “fin de la hostilidades frías” entre la isla mordiéndose muerde la cola y la Casa Blanca: “Debemos apoyar a Obama, es un hombre honesto”.
Inclusive en estos momentos, Fidel Castro – imbuido entre “Tirano Banderas” y “El otoño del patriarca” - ha guardado sepulcral silencio, su arcaica sapiencia le ha aconsejado cabecear una larga sienta a la medida del sonido caracolero de las rompientes olas sobre El Malecón. Ya hacía tiempo que el barbudo poesía en los pliegues de su piel cutida la marca a hierro de su propio epitafio estrafalario: “La historia me absolverá”.
Sobre Caracas, la Venezuela de las riquezas del “Rey Midas” y hoy en la más pavorosa malaventura económica, solamente puede uno estremecerse de impotencia.
El ex presidente socialista Felipe González, al que con tanta soberbia insulta Nicolás Maduro, ha expresado con sobrada causa:
“Venezuela ha despilfarrado sólo en exportaciones de petróleo 800.000 millones de dólares, y ahora las familias tienen que vivir con cartillas de racionamiento”, y añadió lo más quejumbroso: “El país vive en una situación peor que la de Cuba durante el periodo de 1992-95, debido al estraperlo”.
En mi libro escrito en Caracas: “CAP, el hombre de la Ahumada”, larga entrevista con el ex presidente Carlos Andrés Pérez, cuento la historia de cómo González llegó del exilio. Se hallaba en el Congreso de la Internacional Socialista celebrado el Ginebra y Pérez lo trajo con él a Madrid. Al bajar del avión en Barajas y estrecharse en un abrazo con el Rey Juan Carlos, le dijo:
- Majestad, tengo que confesarle algo muy desagradable: transporto un contrabando.
- Usted no puede traer contrabando. Lo que usted transporte es bienvenido a España.
- Conmigo viene a Felipe González.
Al día siguiente fue la noticia de primera página en todos los periódicos de España.
Las términos actuales de Felipe sobre la situación actual de Venezuela son al presente una fantasmagórica realidad. El país caribeño regresó al siglo XIX.
La nación suramericana se cae a pedazos envuelta en una bruma de desatinos y sin una pizca de sentido común. El vivir cada día es ir despellejándose la piel. El gobierno ahoga a sus propios ciudadanos. Nada funciona. Caracas es mugre sobre mugre, y el resto de la nación, olvido paupérrimo. La realidad pasmosa del llamado “Socialismo del siglo XXI”, únicamente se halla en las millonarias sumas gastadas en propaganda en sos secuestrados medios de prensa, radio y televisión alienante.
Al presente uno percibe el pavoroso y poético libro de Imre Kertész, ese húngaro Premio Nobel de Literatura y culpable - dice él - de haber sobrevivido a los horrores de los campos de concentración, el stalinismo y, en su tierra natal, el llamado kadarismo.
En “Yo, otro”, el superviviente de Auschwitz se pasea con dolor y insondable angustia sobre las fibras más sensitivas del individuo y recuerda a Pessoa entre otras grandes voces de la literatura europea:
“... yo no existía, yo era otro... Hoy volvía a ser de pronto el que era / o el que soñaba ser”.
Esa es la Venezuela actual, la que en un tiempo no tan lejano en la memoria, era “un país para querer”. Hermoso, de una generosidad franca hacia todos los humanos de los cuatro puntos cardinales del planeta, y cuya nobleza dadivosa siempre ha sido proverbial.
Al presente la censura criminal de Nicolás Maduro lo estruja todo. Las libertades individuales han dejando paso a una masa amorfa manejada en los salones negruzcos del poder mezquino.
La realidad actual es una: o el país despierta de su entumecido letargo o perderá totalmente los valores democráticos durante años. Posteriormente recuperarlos costará, haciendo uso de las palabras de Churchill, “sangre, sudor y lágrimas”.
Sentimos hondamente que en la tierra de Simón Bolívar, Francisco de Miranda, Simón Rodríguez, Luisa Cáceres de Arismendi, José María Vargas, Antonio Guzmán Blanco, Andrés Bello, Rómulo Gallegos y tantas y diversas figuras construidas de honor y libertad, haya en estos ásperos instantes un río de silencios y de amapolas mustias: es el tintineo de la esperanza cuando ésta comenzó a extinguirse a partir de la llegada tormentosa de Hugo Chávez y su delfín Nicolás Maduro.