Ricardo Rueda pertenecía a la enorme masa de parados de larguísima duración y estaba dispuesto a lo que fuera con tal de dejar de estarlo. Se lo dijo así al encargado de una agencia de colocación que lo escuchó con el cansancio y el aburrimiento que producen las historias escuchadas miles de veces.
—¿Estás muy, muy desesperado? —compadecido de él, quiso cerciorarse el dirigente de la agencia.
—Desesperadísimo. Aceptaré cualquier cosa que pueda ofrecerme.
—Perfecto. Puedo ofrecerte un empleo ahora mismo. Ven conmigo.
El encargado de la agencia de colocación situó a Ricardo Rueda en una esquina con un bastón blanco en sus manos, unas gafas negras ocultando sus ojos y un cartelito que ponía: “Por favor, ayuden en lo que puedan a un pobre ciego”.
(Dedicado a los que crean empleo precario. Seguro que alguno se da por aludido)