Equinoccio de primavera

Intentando conjurar la  pesadumbre del sueño, leo la antología de Joseph Brodsky “No vendrá el diluvió tras nosotros”. Analizo a tramos la “Gran elegía a John Donne”… “la cama se ha dormido; se ha dormido mesa, ganchos, pestillos, alfombras, ropero, aparador, la vela y las cortinas”.

Todo duerme en nuestro vagabundeo sin retorno. Se ha escrito tanta filosofía, poesía, novela y duermevela del espíritu que si la acumuláramos y levantáramos una escalera, llegaríamos a las puertas del cielo protector con la avidez de  preguntarle a Dios si en verdad es El o una perturbada invención de nuestra angustiada fantasía.

No habrá respuesta… tal vez. Hace siglos   que los dioses ya no hablan con los hombres,  siendo esa la causa de leer a  Brodsky mirando la luz reflejada en un mar Mediterráneo adormecido cuando comienza con viento frío el equinoccio de primavera.

Hermosa bagatela. Si muere el mar, ¿por qué no lo vamos a hacer nosotros? Estamos cimentados de materia perecedera: agua salitrada, guijarros, arena, caracolas, algas, collados y horizontes humedecidos. 

El chileno Roberto  Bolaño publicó su primera novela en 1984 con el título “Consejos de un discípulo de Morrison un fanático de Joyce”, realizada en colaboración de Antoni García Porta. Con esta novela obtuvo el Premio Ámbito Literario.  Con las páginas que vinieron detrás se consagró en los Estados Unidos y hasta la Estatua de la Libertad se asombró de lumbrera. Fue un genio y no lo sabía, o tal vez sí  y no le gustó.

Ahora está amortajado bajo  la  lobreguez  de media docena de pinos negros.  Lo supo siempre: primero fue la palabra al ser  el Verbo, sin más,  aliento en el Génesis. “Yo Soy el que soy”, dice el Todopoderoso en el primer pasaje de la Biblia, y es que siendo Yahvé omnipresente,  el sentimiento humano de la vida  se convierte,  a cognición de sus rayos de luz incandescente, en voz  hecha libro.

Al decir de Terrence Deacon no hay diferencia entre el origen del lenguaje y la existencia: “la vida sólo es posible cuando se proyecta el pasado en el presente.” Antes hay que contarla, exponerla, gritarla en papel, papiro, tabla o sobre la palma de una mano.

Así hizo Roberto Bolaño, tan seco y enjuto él. Supo levantar velas recapitulando su propia expiración.

Brodsky, el Nobel poeta ruso – murió exilado en Norteamérica -  le hubiera dicho al chileno:

Ya ves, ya hemos recorrido media vida.

Como me dijo un viejo esclavo en la taberna:

“Mirando alrededor tan solo vemos ruinas”.

Dura opinión, lo reconozco, pero cierta.

El cubano olvidado,  Julio Miranda, muerto en el exilio en los Andes venezolanos,   nos matiza en la cumbre de Pico Bolívar: “Pasan pájaros. Tiempo pasa – y viento. Nubes – que no me miran. Yo paso”.

¡Otra cuartilla más que se va! ¿Cuántas se han ido?

 

 



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