Nunca me gustó Gallardón

En un artículo que publiqué con ocasión de la aprobación de la ley que instauraba el “tasazo judicial” lo calificaba como arrogante y orgulloso, como un político más preocupado de su currículum que del bien común.

Ante el chapucero procedimiento seguido para la aplicación de la ley, apelaba en aquella ocasión a la Ley de Leibling, que dice así: “Si una persona con mentalidad compleja actúa de modo lo bastante perverso, puede conseguir echarse a sí mismo a la calle de una patada en el culo”.

Y la ley entró en vigor. Gallardón fue destituido sin ninguna contemplación, por más que, como siempre ocurre, el cese fuera precedido de la renuncia.

Cierto que al tasazo se sumó su equivocado manejo del tema del aborto, pero lo importante fue que la Ley de Leibling se cumplió.

Sin embargo, lo curioso del caso es que Gallardón sigue perdiendo batallas “después de muerto”.

Su pernicioso “tasazo judicial” quedó “mutilado” tras la aprobación por el Gobierno de un real decreto-ley que modifica las tasas judiciales para las personas físicas que quedan exentas del pago de las mismas en todos los órdenes e instancias judiciales al objeto de facilitar el acceso de los ciudadanos a la justicia.

Según el Ministro de Justicia –que, dicho sea de paso, parece muy sensato-, el objetivo es que ningún ciudadano deje de acudir a la justicia por motivos económicos y que la justicia esté al alcance de todos garantizando la tutela judicial efectiva.

La argumentación utilizada ahora por el Gobierno hunde aún más a Gallardón, ya que, a sensu contrario, su “tasazo judicial” impedía el acceso a la justicia y vulneraba la tutela judicial efectiva, reconocida como derecho fundamental.

Si, como cuenta la leyenda, el Cid Campeador pasó a la historia por haber ganado su última batalla después de muerto, por el prestigio que como guerrero había consolidado en el campo de batalla y el consecuente temor que tal circunstancia había creado en las tropas árabes, Gallardón pasará a la historia como el político que, aun después de ser destituido, sigue perdiendo batallas.

Eso sí, su vuelta a la política a buen seguro que generaría más temor para los ciudadanos que la que generó el Cid para las tropas árabes.

El tiempo no respeta lo que se ha hecho sin él.

 



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