La limpieza de sangre ha sido obsesión ibérica de siempre, por eso no es ahora de extrañar que la memoria histórica pretenda ser selectiva y todos, sin excepción, quienes traten de alzarse con el santo y la limosna, serán el equivalente de los cristianos viejos medievales. O es posible que la cosa venga de más antiguo, cuando Pedro, aquella noche, negó a Cristo antes de que acabara de cantar por tercera vez el gallo.
No nos basta ser lo que somos con la debida humildad, teniéndonos paciencia, puesto que hemos de ir juntos, todos nuestros yos, desde el nacimiento hasta el ocaso y la muerte.
Ya está, ya la menté de nuevo. Los españoles, los legionarios y los viejos, tendemos a citar a la Pálida, a la Dama del Alba, como acertaría en denominar Casona. Tal vez nos sea más familiar o que la andemos rondando: “españolito que naces hoy …”
Curioso, o puede que pintoresco, que seamos lo que somos por indicación, desde la “reserva de occidente” hasta haber “dejado de ser católica” la Nación entera –o el Estado, si queréis, porque cualquiera que sea la denominación, seremos ese grupo social en marcha-, según disponen los envanecidos destinatarios del poder y la representación, cualquiera que sea el método de selección, desde el dedo selectivo único hasta el colectivo, desde el ostracism.o, haya memoria histórica, hasta las urnas, con el misterioso designio de su papiroflexia.
Cualquier cosa que seamos, lo somos los carpetovetónicos con evidente entusiasmo. Nos aturde un empate. ¿Qué es esto? ¿Cómo es posible que hayamos transigido o que el enemigo nos haya impuesto una transacción? ¿Dónde están las armas y las letras?
Y sin embargo, el hecho de que el mundo sea ahora lo pequeño que es y la evidencia de que la gente se halla tan cerca, hacen más que probable que el futuro esté en el mestizaje, como lo está el de la vida en el equilibrio. Yo creo cada día con mayor fervor que necesitamos comunicarnos más unos con otros, los más y menos limpios de sangre, los cristianos viejos y los nuevos, sin intermediación de esa gente que en cuanto se sube al poder y arrellana en la poltrona, lo primero que hace es tratar de convencernos de que les corresponde en exclusiva la interpretación de cuantas verdades, asuntos, circunstancias y sustancias nos incumben.
Cuando se sube a lo alto de un observatorio, parece que los demás se han encogido hasta la insignificancia. Y no. Siguen siendo tal vez mejores y por lo menos iguales que el mejor de nosotros.