Una madre buena y fértil tuvo varios hijos. Sus hijos, como ocurre con todas las familias numerosas le salieron diferentes física y mentalmente. Ella procuró no mostrar nunca favoritismo hacia ninguno de ellos. Les amó a todos por igual. Sus hijos, siguiendo las buenas enseñanzas recibidas de ella fueron muy solidarios entre ellos. Los que prosperaban más, ayudaban a los que prosperaban menos y así todos tiraban adelante sin pasar estrecheces disfrutando de un admirable bienestar.
Entre estos hijos había uno llamado Insolidario que siempre quería tener más que los demás, y protestaba y amenazaba con abandonar el hogar común si el resto de su familia no le ayudaba a poseer más y más. Y para que se callara y no abandonase el núcleo familiar, todos sus hermanos le ayudaron a que tuviera más. Pero Insolidario era insaciable, y además de insaciable era arrogante y creyéndose superior en todo a sus hermanos, un día, después de ofenderles y llamarles ladrones, cuando era todo lo contrario, que ellos le habían dado de lo que era suyo, para favorecerle, abandonó a su familia y se fue a vivir por su cuenta.
Pronto descubrió que su prosperidad se la debía a su familia que le había ayudado a enriquecerse, y que al perder ese apoyo familiar se había arruinado.
La parte más triste, injusta e irritante de esta historia es que la familia de Insolidario volvió a pasar penalidades y estrecheces para que él recuperase la riqueza perdida. Y el temor que mantuvieron vivo todos sus hermanos fue que, el arrogante Insolidario, en cuando se viese próspero de nuevo aprovechase para abandonar de nuevo el hogar y todos los esfuerzos y sacrificios realizados por su familia resultasen inútiles, frustrantes, desagradecidos.