Estoy aterrado de lo fácilmente que la ciudadanía deposita su confianza en gente que lo único que ha hecho hasta ahora ha sido descalificar a otros.
¿Alguno de estos impulsivos, de estos crédulos que se casan con el último que llega se ha detenido a reflexionar sobre ese dicho tan antiguo y tan real: “No juzgues por lo que dicen, juzga por lo que hacen”. ¿A alguno de estos entusiastas sin causa se le ha ocurrido imaginar lo que puede significar dejar la economía de todo nuestro país en manos de unos ineptos que lo único que posiblemente saben es prometer? ¿Alguien tiene la más mínima garantía de que los nuevos sembradores de promesas van a ser más honestos y menos corruptos que sus predecesores? ¿Alguien se ha detenido a pensar en que el afán de enriquecerse en cuanto se llega al poder es una epidemia tan contagiosa que muy pocos se libran de este contagio?
Seamos sensatos. Nadie es un modelo de generosidad, de integridad, de ejemplaridad porque lo diga él. No se puede dar la confianza a alguien basándonos en la esperanza de que lo harán mejor. Sin otra razón de peso. Esto podría ser una especie de suicidio.
A mí, un obrero más del montón, no me ha ido maravillosamente con ningún gobierno de cuantos he conocido, y he conocido unos cuantos. Pero eso no me animará a echarme en los brazos de quiénes no han demostrado nada, de quiénes, sin todavía ser importantes, ya se está hurgando en su pasado y encontrando que no poseen la transparencia del cristal ni sus personas ni los hechos realizados hasta ahora.
Y me surgen más preguntas: ¿Quién me garantiza que con los cuentacuentos en el poder voy a vivir mejor? ¿Quién me garantiza que voy a vivir, por lo menos en paz social, como vivo ahora? Nos puede salir muy caro, carísimo, dar nuestra confianza a los cuentacuentos nuevos sólo porque estamos hartos de los cuentacuentos que hemos tenido hasta ahora.
Yo soy menos que nadie para dar consejos, pero soy tan bueno como el que más para dar cabida en mi cabeza a la reflexión. Y estoy aterrado ante la idea de que renegando de lo malo nos echemos en manos de lo peor. Y ya estoy de nuevo hablando de política con lo muchísimo que la odio. Mi justificación es que lo hago porque estoy aterrado.