Buscando la vida

Es posible que el cielo protector pueda esperar. Los anhelos del ser humano, no.

Soy agnóstico en materia de teosofía, hipnotismo, ocultismo, espiritismo y todos los ismos imaginables existentes en la Cábala y en sus ciencias ocultas.

No sé nada de alquimia, del libro de Thot, Tarot o juego de naipes, y aún  menos de la evolución oculta de la humanidad desde Pitágoras a los Hermetista, hasta llegar al mundo de los Rosacruces y los Masones.

 De todo ello, como de la muerte y el más allá, cerca de lo absoluto, conozco  solamente lo que he podido ir leyendo casi a trompicones. Mi cultura es ejercitada en la calle a golpes de anhelos muchos de ello no cumplidos.

Jamás miro un horóscopo ni he participado en juegos de mano y mente - ignoro completamente la pasión del  ajedrez -  pues coloco mi ilusión en  la razón de mi insignificante existencia.

Carl Sagan, el  desaparecido profesor  de Astronomía, solía decir: “La vida busca a la vida, y eso no podemos evitarlo”. Y en eso estoy, como un pardillo asustado al borde de los misterios del Universo.

 Las imperecederas preguntas siguen clavadas en la mente esperando la gran respuesta: ¿De dónde venimos? ¿Qué somos? ¿Por qué estamos aquí? ¿Adónde vamos?

Silencio. Posiblemente exista un atino para explicar parte de una  gran cosmología, no obstante seguimos en tinieblas. Algunos se agarran a la fe y caminan menos tambaleantes.

En medio de todo hay algo indudable y certero: de los espacios galácticos hemos venido y hacia allí vamos. Es un regreso anunciado,  por tanto no tenemos otra aventura más colosal que esa. En la tumba de un faraón egipcio se leer con claridad:

 “La escalera del cielo ha sido desplegada para él, para que pueda ascender por ella hasta el cielo. ¡Oh dioses, colocad vuestros brazos bajo el rey: levantadle, izadle hacia el cielo! ¡Hacia el cielo! ¡Hacia el cielo!”.

Y es que no estamos solos. Es más: no lo podemos estar. Sería cruel.

Metrodoro, filósofo griego del siglo IV antes de nuestra Era, negaba considerar la Tierra como el único mundo poblado en el espacio infinito: “Es tan absurdo como afirmar que en todo un campo sembrado de mijo, sólo crecerá un grano.”

Volviendo a  Sagan, uno no deja de asombrarse por la inmensidad del espacio; tanto,  que para situarnos debemos  hablar de años luz.

En su obra “Cosmos” nos dice cómo arriba y debajo de nosotros, trillones de galaxias formadas por  miles de millones de estrellas, un infinito casi inalcanzable para la mente humana, nos descubren la grandeza de la inmensidad.

   En una galaxia, estrellas y mundos como el nuestro evolucionan, germina la vida y el prodigio de la creación se expande.

Igual a un ejercicio de verano, estamos leyendo – tras varios años de olvido  – ese libro misterioso llamado “El tercer ojo”, obra  de un presunto lama/médico de nombre  T. Lobsang Rampa. En sus páginas  se expone que  algunas de las afirmaciones no sean creídas al ser el Tíbet un país hermético para el resto del mundo.

El  budismo dice: el hombre o el espíritu del hombre, es eterno, no existe la muerte.  Morir no es más que el acto de nacer en otro plano de la existencia.

 Y eso no deja de ser seductor y consolador a su vez. De la luz del Universo  procedemos y hacia ella vamos. Seremos, hasta la consumación de la eternidad, polvo de estrellas, luz galaxias mientras el espíritu seguirá buscando en algún espacio sideral del Cosmos la razón del misterio inconmensurable de la vida.

El solo hecho de nacer nos hace imperecederos. En el universo nada desaparece con la muerte, todo se trasforma.  ¿Nos reencarnamos? ¿Entramos en una dimensión  desconocida?

No me atrevo a decir que todo lo dicho sea sencillo. No existe en el Espacio  sin fronteras algo que pueda serlo. 

Debemos hacer como los viejos lamas del Himalaya  durante toda las horas del día y la noche:  buscar la razón de la supervivencia



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