Los nuevos filósofos ya no son románticos autodestructivos que se rebelan contra el sistema establecido, ni viejos ilustrados barbudos que debaten conceptos abstractos sin finalidad práctica. Ahora son jóvenes que, gracias a la decadencia, a la corrupción de los poderes establecidos y al surgimiento de las redes sociales, se han liberado sin traumas de las viejas imposiciones y convencionalismos. Son aventureros, artistas multidisciplinados, voluntarios sociales, diseñadores ecológicos, emprendedores capaces de crear, sin ayuda de los poderes, nuevas redes de comunicación planetaria. Lo que está ocurriendo no es sólo un cambio de pensamiento sino también un cambio en la percepción del espacio y el tiempo. Los nuevos filósofos han pasado de los sesudos conceptos teóricos a la comunicación interactiva, hasta el punto de reinventar el lenguaje para adaptarlo a la velocidad de las nuevas tecnologías. Saben que de nada sirven las reflexiones subjetivas en un mundo interactivo donde la instantaneidad prima por encima de todo.
Todos los sistemas sociales: financiero, político, sanitario y educativo han quedado obsoletos ante esta revolución de las comunicaciones. Pero por miedo a perder sus privilegios o a vivir en la incertidumbre de un nuevo mundo, nuestros dirigentes políticos siguen pegando parches y enyesando grietas al viejo modelo social. Capas y más capas de pintura y barniz sobre una estructura carcomida que se cae por su propio peso. Tenemos la tecnología y el personal para cambiarlo todo, pero no el valor necesario para distanciarnos del pasado. En muchos países supuestamente desarrollados, como el nuestro, el sistema sanitario se ha colapsado con cientos de miles de personas en listas de espera para una intervención quirúrgica; el sistema educativo, adscrito todavía a un régimen industrial y cuartelario, está sufriendo una desbandada masiva de los estudiantes –uno de cada tres en España–, paradójicamente llamados fracasados escolares, cuando es el propio sistema quien ha fracasado estrepitosamente. El irresponsable y enfermizo sistema bancario, inmerso en una aguda ludopatía especulativa, no hace sino explotar cada diez o quince años burbujas financieras que dejan sin empleo a cientos de millones de personas en todo el mundo, así como a pequeños y medianos empresarios, motores de la economía mundial.
Pero algo está cambiando. Poco a poco los jóvenes están transformando la sociedad como nunca antes en la historia, y no precisamente corriendo y lanzando piedras contra las fuerzas de seguridad sino más bien sentados plácidamente frente a sus portátiles: difundiendo sus inquietudes, sus ansias de libertad a través de las redes de la Información, centro neurálgico del sistema social. El viejo y primitivo modelo de rebelión juvenil ha dado paso a un nuevo modelo mucho más avanzado, eficaz y difícil de contener. Una revolución interna basada, paradójicamente, en los mismos métodos y principios «democráticos» que rigen dicho sistema, y que por ello resultará imposible de erradicar. De momento ya le están ganando el pulso a la industria del arte, la literatura y la música, liberalizándola de la propia industria. Pero también a la política (ahí tenemos el ejemplo de Podemos y Ciudadanos), liberalizándola del poder financiero.
La democracia necesita de las redes sociales para no ser destruida. La época de los grandes líderes pro libertarios como Luther King, M. Gandhi, Lenin, Che Guevara, Nelson Mandela, etc, ya es historia. Ahora es el pueblo quien se sirve de Internet para hacer llegar su mensaje al mundo entero. La Primavera Árabe no necesitó de líderes carismáticos ni oportunistas carroñeros decididos a servirse del sacrificio heroico de los ciudadanos para vanagloriarse ellos mismos y politizarlo todo mediante un movimiento sectario de índole fascista o comunista, instaurando así otro régimen aún más dictatorial, como tantas veces ha ocurrido a lo largo del siglo XX. Los grandes héroes que derrotaron los regímenes totalitarios de Túnez, Egipto y Libia fueron los ciudadanos de a pie, en especial los que dieron su vida por la libertad. Las redes sociales dieron voz a la censura y al asesinato y el mundo respondió.
Gracias a esa gigantesca máquina de rayos X que es Internet, ahora es el pueblo, el ciudadano medio y anónimo quien tiene cada vez más control sobre los políticos, los industriales, el ejército y los bancos (ahí tenemos casos particulares como el de Edward Snowden, responsable de las filtraciones de espionaje de EE.UU en 2013), y no precisamente con la oscura finalidad del antiguo poder, la de explotar a los desfavorecidos, sino con la sana intención de guiarlos por el buen camino. Michael Moore: «Los dueños de las corporaciones han aniquilado las salas de noticias, lo que ha hecho imposible que los buenos periodistas hagan su tarea. No hay tiempo ni dinero para el periodismo de investigación. En pocas palabras, los inversores no desean que esas historias queden expuestas. Quieren mantener sus secretos… en secreto. […] Apertura, transparencia: son algunas de las pocas armas que la ciudadanía tiene para protegerse de los poderosos y los corruptos. ¿Qué hubiera sucedido si en los días siguientes al 14 de agosto de 1964, después de que el Pentágono fabricara la mentira de que un barco nuestro había sido atacado por norvietnamitas en el Golfo de Tonkín, un WikiLeaks le hubiera dicho a los estadounidenses que todo había sido un invento? Supongo que quizás 58.000 de nuestros soldados (y dos millones de vietnamitas) estarían vivos hoy. En cambio, los secretos los mataron».
Ahora sabemos que los servicios secretos de EEUU engañaron a The New York Times sobre la existencia de armas de destrucción masiva en Irak en 2002, cuando realmente nunca existieron. Pero el NYT publicó tantos informes y declaraciones de «ingenieros químicos iraquíes» que EEUU se embarcó en una guerra que desmembró el país y llevó a la muerte a miles de civiles inocentes.
Pero todo lo positivo tiene su lado negativo, como es el fin de nuestra privacidad en las calles y en las redes. A esto hay que añadir la automatización progresiva del mundo, que inevitablemente conlleva un descenso de mano de obra humana y por lo tanto a un mayor número de desempleados, aumentando las diferencias entre ricos y pobres. La solución a esta escisión cada vez mayor no dependerá tanto del Estado, de las promesas de los políticos –que cada vez podrán hacer menos– como del talento de cada desempleado para reinventarse a sí mismo con el fin de crear nuevos espacios laborales dentro del marco de la legalidad. Las redes de Información nos ofrecen una infinidad de caminos inexplorados y posibilidades de negocio que están esperando a que las descubramos. A finales del siglo XX todavía teníamos en occidente la visión de un gobierno que velaba por nuestros intereses. El Estado, en cierto modo, representaba una figura paternal que nos ayudaba a encontrar el trabajo más conveniente a nuestra experiencia y logros académicos. Pero ya no existe tal cosa y ya nadie lo da todo por la patria. El sistema social se ha transformado al ritmo de las nuevas tecnologías y ya no tiene sentido dejar que papá-estado se ocupe de nuestro porvenir y de darnos la paga. Cada vez tenemos el ejemplo de más jóvenes que, conscientes de la impotencia del gobierno para cumplir sus promesas y fomentar el empleo (o hastiados por los contratos basura), han desarrollado nuevas inversiones y vías de comunicación global sin ayuda de los bancos ni de los gobiernos, creando miles de empleos y abriendo nuevos caminos por explorar. Otros muchos se han ahorrado los trastornos del crédito bancario y el metro cuadrado para crear empresas o entidades a través de promotoras e inversores. Son precisamente estos jóvenes, salidos de la nada como quien dice, quienes, sin pegar un solo tiro, han removido y liberado el viejo sistemas de poderes, democratizando buena parte de los recursos administrados por éstos.
Más que en un mundo de ricos y pobres vivimos en un mundo de trabajadores y desempleados.