París, Francia, hoy somos todos.

 

El suceso trágico y terrible en Paris, ha profundizado en la conciencie del planeta.

 

 Nadie parece tener controlados a sus terroristas, y los métodos hasta ahora, han fallado. Hay muchas causas para ello. Una, acaso la más significativa, es la impunidad, se trabaja en la sombra, como las alimañas, no tienen objetivos fijos, son movibles y van envueltos en odio, fanatismo, desprecio por los  valores intrínsecos humanos, como  lo es  vida en cada una de sus formas.

 

La idea es matar y cuanta más gente mejor. No importa si hay niños, mujeres o ancianos inocentes. Para esos grupos o basura amontonada, la violencia es perfectamente  justa si la envuelve una  moral que lo argumente. ¡Hermoso evangelio!

 

 Lo hemos recordado con alguna frecuencia ante actos de esta naturaleza: es sabido que las dictaduras no crean terroristas por la misma razón que los calvos no tienen piojos. Es necesario que existan  pelo y libertad para que puedan proliferar unos y otros.

 

 Es más: los terroristas, siendo enemigos por naturaleza y principios  de la libertad, viven a expensas del  régimen d

 

Ellos  rechazar todas las reglas de juego posibles, y la lógica, el sentido común, deja en ese aspecto de tener  una razón de ser. Si uno fuera o pensara como un científico, diría que actúa como la mecánica cuántica, en medio de un caos universal, sin sentido aparente.

 

 Ante tal enajenación sin fin, las palabras de Hitler en  “Mein Kampf” pueden  ser un aliciente para esos desesperados sicópatas: Dijo el Gran Nazi en un momento de sus desvelos y sueños sin conciencia: “La dulce deidad  de la paz no puede dar un paso si no la acompaña el dios de la guerra.  Todo acto trascendental de pacifismo debe ser protegido y auxiliado por la fuerza”.

 

 ¿Resultado? Cincuenta millones de personas muertas sobre las tierras de Europa en la Segunda Guerra Mundial.

 

El terrorista vive a expensas de la democracia, le facilita el clima idóneo para sus sangrientas fechorías. En las dictaduras no existen.

 

de que los grupos terroristas trabajan en equipo, se intercalan información y ayuda. Sadam Husein auxiliaba con entrenamiento y dinero, y eso lo hizo impunemente durante veinte largos años.  Lo mismo  el coronel libio Gadafi.

 

 Los fanáticos ambicionan poner la libertad de rodillas. La lucha es ardua. Si un país comete excesos la campaña mediática es temible, pero menos a la hora de juzgar las atrocidades de los sectarios.

 

El terrorista vive a expensas de la democracia, le facilita el clima idóneo para sus sangrientas fechorías. En las dictaduras no existen.

 

París, Francia, hoy somos todos.


 



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