Al veterano domador sus leones le habían perdido totalmente el respeto. Continuamente le desobedecían y le hacían burlas sacándole la lengua y haciéndole pedorretas. Finalmente durante una función, uno de los leones le arrebató el látigo y le obligó, a base de darle latigazos en el trasero, a que el peligroso número de saltar a través del aro en llamas fuese realizado por él. El domador, para que no siguiese azotándole, se lanzó hacia el centro del aro, con tan lamentable torpeza que se chamuscó varias partes del cuerpo.
Con este inesperado, sorprendente suceso, el público se partió de risa, se divirtió muchísimo más que con los payasos. En vista del éxito conseguido, el director del circo le propuso al escarnecido domador repetir el número:
—Oye, los espectadores lo han pasado en grande. Con este número podríamos tener un lleno absoluto en todas las sesiones. Te pagaré más por este nuevo número del león obligándote a que saltes tú por el aro, de lo que te estaba pagando hasta ahora por lo contrario.
Considerando que iba a jubilarse dentro de poco tiempo, el veterano domador le puso dos condiciones:
—De acuerdo si me compras un traje de amianto y me das de comer tan bien como comen los leones…
Debo confesar que cuando presencié este desacostumbrado espectáculo me gustó muchísimo. Posiblemente porque siempre me han despertado mayor simpatía los leones que los domadores.