Estamos en fechas tradicionalmente adecuadas para echar discursos. Hemos llegado al final de un año. Los políticos, los jefes, los estafadores y hasta los reyes nos echan discursos. Tomando en consideración que yo soy el rey de mis pensamientos y decisiones también voy a atormentaros con un mini discursito.
Con el estreno de un nuevo año todos nos hacemos grandes, ilusionantes propósitos: Seguir una dieta que rebaje nuestro excesivo peso corporal y el colesterol, dejar de fumar para favorecer la limpieza de bronquios y pulmones, realizar ejercicios duros para convertirnos en unos cachas, enfadarse menos con el personal, inclinarnos por perdonar más y condenar menos, ser más comprensivos y tolerantes, no desearle mal alguno a tanto hijo de puta que nos engaña y perjudica, etc.
Pero, amigos míos, luego transcurre ese año en el que tantas cosas estupendas, maravillosas nos proponíamos hacer y descubrimos que no hemos realizado ninguna de ellas. En vista de este reiterado fracaso, en mis propósitos del año que viene seré infinitamente menos ambicioso.
Me conformaré conque me decepcione menos gente que al año anterior y con que los míos nunca las pasen tan canutas como las pase yo, cuando en este país hubo para algunos muchos años de vacas gordas y, para otros, muchísimos más, vacas tan flacas que fue un milagro que sobreviviéramos y sigamos todavía aquí. Y pedir para el año que vienen no pido nada. Total, ¿quién quiere sumar otra decepción más?
¡Ah!, y antes que lo olvide: A todos los que nos arruinan económica, moral y espiritualmente, que los embarquen en el Titanic II. (Siempre me dirijo a los inteligentes)
Y como hay que intentar ser positivos y desterrar el rencor que nos perjudica la salud interior, digo que quiero a todo al mundo, incluidos los que no me quieren nada. Así que: ¡Qué bondadosa es la bondad! ¡¡¡Feliz y próspero 2015!!!