La familia Maripepis estaba alimentando estupendamente a un pavo. El pavo era feliz. Los miembros de la familia (matrimonio y cuatro hijos) lo observaban con notorio interés y mostrando sonrisas de satisfacción.
Para demostrar lo agradecido que les estaba, cada vez que alguno de los Maripepis se le acercaba, el pavo demostraba lo feliz que se sentía cantando de ese modo desafinado y desagradable tan propio de estos apreciados animales de pluma.
La vigilia de Navidad, el pavo descubrió la razón por la que lo habían estado cuidando con tanto esmero. Y lo descubrió cuando papá Maripepis dijo:
—Está maravillosamente gordito nuestro pavo. Mañana, tempranito lo mataré y lo desplumaré.
—Y yo, un poco antes del mediodía empezaré a asarlo lentamente bien regado con salsa Shufinof. Y va a quedar de riquísimo que nos vamos a chupar los dedos —dijo complacida mamá Maripepis.
Al escuchar todo esto, al pavo, horrorizado, se le pusieron de punta todas las plumas y les grito en perfecto castellano:
—¡Sois unos asesinos! ¿A vosotros os gustaría que yo os engordase para comeros una vez os tuviese bien gordos? ¡Responded!
La respuesta de la aterrada familia Maripepis fue abrirle la puerta de la jaula para que escapase, convencidos de que dentro de este animal se hallaba alojado el mismísimo demonio. Y el pavo escapó todo lo rápido que su exagerada gordura le permitió.
Gracias a este extraordinario suceso, todos cuantos conocen esta historia “verídica” han dejado de comer pavo y a estas alturas son ya millones las aves de esta especie que han salvado la vida gracias al pavo que tuvo la traumatizada familia Maripepis.
Esta historia tuvo la culpa de que yo me hiciese vegetariano. Y desde que como espinacas a todas horas me estoy pareciendo más y más a Popeye. No en lo de la fuerza, sino en lo de la fealdad. Felices Fiestas.