Al contrario, agradecidos y esperanzados con los “indignados” serenos, positivos, que proponen, que expresan sus puntos de vista libremente.
Indignados violentos, no. Nunca.
Indignados, pacíficos, sí. Ya era hora. “La paz es el camino”, dijo Ghandi. Y ahora, por primera vez, el camino puede recorrerse sin necesidad de contar con el permiso de los “encumbrados”.
“Son muchos los españoles que empiezan a estar indignados con los indignados”, ha declarado Esteban González Pons, vicesecretario de Comunicación del PP. Creo que son muchos más los que empiezan a indignarse con los que, movidos únicamente por su ambición de poder, nunca aportan nada, ni siquiera el hombro cuando lo reclama el bien del conjunto de la sociedad en momentos especialmente críticos.
Irán, China, Túnez, Egipto… España… Italia… ahora Israel… está claro que la nueva era de una democracia realmente participativa se está iniciando, de forma irreversible, gracias a la emancipación cívica que representan las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Ya en 1994 podía anunciarse y advertirse que el secular tiempo del silencio había concluido.
En las urnas nos cuentan. Pero la democracia no consiste en ser contados de vez en cuando sino en ser tenidos en cuenta permanentemente.
Desde el primer momento, las reacciones de los “instalados”, de los que piensan más en sí mismos que en el presente y futuro del pueblo, han sido muy refractarias a los “indignados”. Siguen aferrados ora al G7, ora al G8 o al G20… y cada vez la gobernación mundial y regional peor, más arbitraria, mientras que Occidente, por haber pretendido alcanzar la hegemonía total, sigue a la deriva.
Está claro que la mayor parte de las promesas que reiteran una y otra vez son inalcanzables sin cambios radicales que las hagan posibles: ¿cómo van a crear empleo si –como ha sucedido en Portugal y el Reino Unido- siguen creyendo que las mejores recetas son todavía las neoliberales? ¿cómo se puede crear empleo si se aceptan como indiscutibles los recortes sociales, la disminución de funcionarios, la interrupción de obras públicas, la privatización rampante, la deslocalización productiva en países de mano de obra ultrabarata?
Hilo a hilo. Hebra a hebra, los ciudadanos conscientes de su capacidad de acción recién adquirida, tejerán una inmensa red de solidaridad en todo el mundo y acelerarán la evolución en términos económicos y sociales. He escrito con frecuencia que la alternativa a la revolución es la evolución. Sépanlo los que “se indignan con los indignados”: están llegando a su fin, por fortuna, las democracias frágiles, con políticos capitidisminuidos ante el “gran dominio”.
Esto –con todas las sombras que presentan ocasionalmente las movilizaciones populares- es lo que no se va a tolerar, ahora que pueden expresarse sin cortapisas por el Internet y la telefonía móvil, por los “indignados” que, pacíficamente pero con firmeza, van a proponer en España y en otros muchos lugares progresivamente, democracias genuinas con una representación parlamentaria que sea transparente y activa en favor del bien común… y que sea realmente representativa (¿pueden seguir aceptándose parlamentarios multi-empleados o, como sucede en las elecciones a Eurodiputados, que la participación sea menor del 20%); y se pedirá que figuren en los programas electorales el nombramiento de los miembros de los altos tribunales de justicia con demostrada objetividad y calidad profesional, y compromiso adquirido frente al pleno del parlamento tras las “audiencias” necesarias; y que los bancos y empresas demuestren en un plazo determinado de tiempo que no poseen fondos en paraísos fiscales, ya que de otro modo muchos depositarios y consumidores dejarán de confiar en ellos y de adquirir sus productos…; y que se reduzca la deslocalización industrial, limitando la codicia y pensando en los empleos en los distintos países y, sobre todo, en el medio ambiente…
Y así, sucesivamente: agencias de calificación en la Unión Europea, rechazando la especulación y el acoso de los mercados, adoptándose rápidamente un sistema de federación económica; nueva estructura, urgente, de las Naciones Unidas, desplazando definitivamente de la gobernación mundial a los grupos de países ricos (G7, G8) que tantos trastornos han producido; y, una vez se disponga de un Sistema de Naciones Unidas fuerte, iniciación de un proceso de desarme, así como de atención ecológica global…
Los “indignados” pueden ser –al romper el silencio que por miedo y sumisión ha situado siempre al pueblo al margen del poder- los que permitan que el siglo XXI sea el siglo de la gente. Lo escribí hace años como deseo. Hoy, aquella ilusión –gracias, Stéphane Hessel- puede ser realidad. Y entonces, los que se indignan con los indignados se quedarán con un palmo de narices (en realidad, ya lo tienen)…