“En política, el populismo (del latín: pop?lus, ‘pueblo’) es un término usado para designar a la corriente ideológica que sostiene la reivindicación del rol del Estado1 como defensor de los intereses de la generalidad de una población2 a través del estatismo, el intervencionismo3 y la seguridad social4 con el fin de lograr la justicia social5 y el Estado de bienestar.6”
Tomo prestado de la Wikipedia el anterior párrafo porque creo que define a la perfección en qué consiste el tan traído y llevado por el poder establecido, (la “casta”), término de populismo con el fin de desprestigiar a cualquier movimiento que surja y ponga en peligro su estatus. Globalmente y políticamente en este país nuestro caben dentro de él todos aquellos movimientos que hoy en día no ocupan asiento entre los patricios electos.
De “la Casta” se puede decir de todo, pero fundamentalmente se define por su propia esencia; por su ensimismamiento y exclusivismo. Hoy son casta los que llevan apalancados en el poder desde el inicio de la democracia, (o antes, que los hay), los cuales llevan unos treinta años, como mínimo, alternándose en el mismo, atrincherados y con visos de no querer que nadie les incordie el estatus.
La definición arriba indicada es una de las buenas. Es decir: es lo que define las necesidades básicas de la población y lo que esta misma, de una forma más o menos explícita, demanda de las instituciones que paga, (aún cuando, buena parte de la gente no es consciente de que eso es su derecho).
Esta misma definición, si se la despoja de su esencia y se queda uno con lo aparente, pierde bastante sentido. Al tomarla como algo pretendidamente imposible de realizar se cae en la sinrazón de definir el populismo como algo chabacano, propio de políticos inconscientes que no saben bien lo que quieren y pretenden mediante promesas “imposibles” alcanzar el grado de casta.
Y a esta última definición es a la que se agarran, como a un clavo ardiendo, los ya afincados y enfrentados a toda novedad. El miedo a perder sus asientos les hace temblar las posaderas y denuestan hasta la infamia a cualquiera que pretenda relevarlos o, peor aún, quitarlos de en medio. Pero si echamos un vistazo a la historia nos daremos cuenta que los discursos actuales son muy parecidos, (en la forma, que no en el fondo), a los de hace unas decenas de años. Los comienzos de la democracia no fueron fáciles para ninguno de los partidos en liza y prometían lo imposible con tal de llegar al poder. Y no se puede excluir a ninguno de ellos. Cada uno en su línea, pero con un mismo fin; con distintas palabras, pero las mismas promesas. Populismo del más rancio, visto a día de hoy. Pero, ¿era populismo para sus protagonistas, esos inefables padres de la transición? ¿O era “su verdad”?
Todas las cosas, ideologías incluidas, tienen fecha de caducidad. Y cuando se niega esta finitud se cae en el error de perder de vista la realidad y vivir en un limbo que nada tiene que ver con la vida del común.
(Cañete comiendo yogures caducados, (Dudo yo mucho de que estuvieran prescritos los que le dieron), es un ejemplo impecable de populismo necio, así como Fraga Iribarne en su tiempo, bañándose en aguas de Palomares, intentando demostrar su superioridad ejemplar. Felipe González, rompedor por el cambio, etc.)
Ante estos ejemplos y el estado actual de la res pública ¿Cómo pueden llamar estos mismos señores populismo a todo movimiento innovador; a toda corriente de aire fresco, tan necesario en unos tiempos para los que ellos ya no tienen más iniciativa razonable que ofrecer que su propia alma vendida? Hacen un flaco favor a la democracia, degradándola a la categoría bullanguera de mercadillo de cuchufletas. Verduleras, vamos.