Ceferino Castaña era un hombre insignificante como tantos millones de ellos que pueblan este superpoblado mundo nuestro. La vida lo venía castigando con una desdicha tras otra. Su mujer se había escapado con el butanero de su barrio, estaba amenazada de desahucio su vivienda, su suegra lo insultaba cuando lo veía por la calle echándole la culpa de la fuga de su infiel hija, por haber sido él poco cariñoso con ella y, por un ajuste de plantilla, lo habían despedido de la empresa donde llevaba trabajando más de diez años.
Mas de pronto todo esto cambió comenzando para él una racha buenísima. Encontró un trabajo bien remunerado, le salió premiado un décimo de lotería y con el importe ganado pudo liquidar su débito con el banco y salvar su pisito, y Pepi, la cajera guapa del súper, le hacía ojitos.
Esto lo desoriento y lo desasosegó muchísimo. Pesimista por naturaleza se obsesionó con la idea de que cuando le viniese una racha de mala suerte sería infinitamente peor que todas las suyas anteriores.
Y comenzó a sentirse mucho mejor cuando lo echaron del trabajo, Pepi la del súper se echó novio y a él, yendo por la calle le cayó desde un balcón una maceta en la cabeza y tuvieron que echarle ocho punto en urgencias. Ceferino Castaña suspiraba aliviado, su tensión disminuida. Por fin había vuelto su vida a la normalidad.