Arturito Mayonesa era un exquisito. Arturito Mayonesa había convertido a Encarna, su madre, en su incondicional esclava. Ella tenía que prepararle las delicias culinarias que él le exigía. La ropa tenía que lavársela y planchársela todos los días. Y como le pareciera que no estaba a su plena satisfacción, él se la hacía lavar o planchar de nuevo. Encarna era la clásica madre abnegada y tiranizada que lo sacrifica todo a la felicidad de un hijo desagradecido. Los fines de semana Arturito salía de juerga y, a menudo, regresaba a casa con más copas dentro del cuerpo, de las que tiene el Real Madrid en sus vitrinas.
Agustín, su padre, intentó al principio, imponerle a Arturito cierta disciplina, pero Encarna, su mujer, le quitó toda autoridad defendiendo la libertad de su hijo y enfrentándosele furiosa como una leona protegiendo a su cachorro.
Y lo irremediable sucedió. Un día, el amargado y desdichado Agustín hizo la maleta y abandonó un hogar en el que se le había ninguneado y ofendido de mil maneras.
Transcurridos cinco años, Arturito abandonó la casa materna para irse a vivir a otra. Había encontrado una nueva esclava que por el amor que le profesaba le hacía las mismas tareas que su madre y encima era joven y él gozaba el disfrute de acostarse con ella.
Y la madre totalmente sacrificada tuvo el pago que suelen tener este tipo de madres, se quedó sola como la una ya que había perdido al hijo que no la quería ni necesitaba más, y al esposo que sí la había querido y tuvo que abandonarla por lo desdichado que era estando con ella y con el déspota de Arturito.