Mientras que en los países con los que guardamos una cierta identidad cultural y sociológica tener una “amiga” es casi una condición para resultar elegido, en España está visto como un atentado a la moralidad pública y a la unidad familiar.
Y no digamos si en el desarrollo de la relación hay algún atisbo de utilización de recursos públicos, común y consustancial a la misma en los países aludidos.
Esto es lo que le ha ocurrido al Presidente de Extremadura, Sr. Monago.
Su “amistad” con Olga María Henao, colombiana de 37 años, pero, sobre todo, la desafortunada explicación que el propio Sr. Monago ha dado del asunto, lo hace engrosar, en los medios de comunicación que se dedican a lapidar y menos a informar, la lista de corruptos.
Cierto que el Sr. Monago viajó en treinta y cinco ocasiones a Tenerife a ver a Olga y lo hizo con cargo al presupuesto del Senado que en materia de medios de transporte practica la barra libre. Pero no lo es menos que si los viajes los hubiera hecho para visitar a su esposa, nadie los hubiera puesto en cuestión, porque si así fuera, estarían bajo sospecha la totalidad de los Diputados y Senadores.
El problema es que el Sr. Monago dio explicaciones sucesivas y contradictorias.
Tenía que haberse limitado a decir que se había ajustado en todos sus extremos a las normas que el Senado tiene aprobadas sobre viajes. Y si eso no hubiera bastado, tenía que haber sido sincero y reconocer que fue a ver a su compañera sentimental (en la época en la que hizo los viajes estaba separado de su mujer) y que, a esos efectos, le asiste el mismo derecho que al resto de Senadores. Pero jugó a la técnica del despiste y eso lo hace aparecer ante la opinión pública como un político más, es decir, como un mentiroso.
Los viajes del Sr. Monago no son ilegales, el Senado, como ya dijimos, tiene barra libre en esta materia, pero ¿son éticos?
La ética es más exigente que la ley, y sus contornos no pueden ser delimitados con la misma precisión que la ley tipifica las conductas ilegales. La ética es la moral de cada uno.
Vivimos una etapa en la que la sociedad juzga con mucha dureza conductas que hasta ahora se asumían con toda naturalidad. Nos hemos inyectado una sobredosis de moralina en vena.
No está mal. La crisis económica nos hace tomar conciencia del despilfarro de que es objeto el dinero público por parte de los gobernantes.
Pero no nos quedemos en lo anecdótico. Los gastos de. Sr. Monago, incluso los gastos de todos los Diputados y Senadores, son el chocolate del loro.
Si nuestro elemento de medida es la ética, he aquí una serie de cuestiones que siendo legales no superarían el juicio ético y que, sin embargo, nadie cuestiona a pesar de la ingente cantidad de recursos públicos que consumen:
¿Es ético que con cargo al presupuesto público se financie a los partidos políticos a pesar de que son asociaciones privadas?
¿Es ético que con cargo a los mismos recursos se financie a los sindicatos y a las asociaciones empresariales?
¿Es ético que los ex presidentes del Gobierno formen parte del Consejo de Estado?
¿Es ético que los partidos designen a los miembros del Consejo General del Poder Judicial?
¿Es ético que se pueda ingresar en la judicatura por procedimientos que no garanticen el mérito y la capacidad?
¿Es ético que la Ley 35/2006, de 28 de noviembre, del impuesto sobre la renta de las personas físicas (artículo 17.2.b), permita que los eurodiputados, diputados y senadores, diputados autonómicos, miembros de las diputaciones provinciales y concejales, decidan qué parte de sus retribuciones quedan exentas del IRPF?
¿Es ético que el sector público se haya convertido en la mayor empresa de colocación de familiares y amigos de la clase política?
¿Es ético que tengan la consideración de empleados públicos y, por tanto, sus retribuciones se abonen con cargo al dinero público, el personal de confianza de los partidos políticos?
¿Es ético que algunos ex presidentes autonómicos sigan cobrando un sueldo y dispongan de secretaria, chofer y residencia una vez que han cesado en el cargo?
¿Es ético que los partidos políticos designen a los miembros del Tribunal de Cuentas que, en teoría, debiera controlarlos?
¿Es ético que los Presidentes y Secretarios Generales de los partidos políticos se autoasignen las retribuciones que estimen oportunas, sin control alguno, a pesar de que el dinero destinado a tal efecto tiene origen público?
¿Es ético que los políticos puedan cobrar hasta tres asignaciones con cargo al dinero público utilizando la semántica para encubrir la incompatibilidad?
Nos hemos limitado a plantear una docena de preguntas relacionadas con la ética, aunque tenemos elaboradas cincuenta y cinco.
La respuesta a estas interrogantes en un no rotundo, y esa rotundidad no me atrevería a trasladarla al caso del Sr. Monago.
Muchos de los que lapidan al Sr. Monago no piden factura al fontanero que les repara la lavadora, ¿es eso ético? Rotundamente no, pero lo hace todo el mundo.
Por tanto, cuidado, las sobredosis causan estragos.
En todo caso, lo que nadie puede discutir en el caso del Sr. Monago es su buen gusto.