No es una ficción

Al relatar una historia interviene siempre la imaginación; en la crónica de hoy igualmente, pero se debe hacer una acotación: toda comparación con la realidad es pura fantasía. Quien desee cotejar el relato con el momento actual de Venezuela, por ejemplo, o Cuba,  puede, si desea, pensar en ello.

 

El presidente Nicolás Maduro, ha anunciado un aumento del 45% para los miembros de las Fuerzas Armadas Nacionales Bolivarianas, que ya es efectivo desde el  presente 1 de noviembre.

 

El sueldo significó un aumento salarial del 75%. El año pasado, este sector castrense se vio favorecido con otra ampliación económica.

 

Los funcionarios civiles, en cambio, sólo  han recibido un ajuste del 30 por ciento decretado el pasado mayo. El jornal mínimo o básico del venezolano de a pie,  es ahora de 4.251 bolívares, equivalente a menos de 50 dólares mensuales.

 

Hecha esa  salvedad tan necesaria, continuemos con nuestra historia como un aporte a los problemas de un país caribeño que cada día vive más sórdidamente.

 

La Nación donde sucedieron los acontecimientos se llama Paraguay,  y según cuenta Eduardo Galeano, ocurrió en una época lejana al cabo de muchas guerras y despojos, que todo lo existente vidas y haciendas – pertenecía a un general llamado Alfredo Stroessner. Cada lustro confirmaba su poder supremo, por elecciones, pero tenía arrebatos tan magnánimos, que cada cinco años, y  por veinticuatro horas, para que la gente pudiera volver a elegirlo en las urnas, suspendía el eterno estado de sitio.

 

 Decía el autor de “Memoria de fuego” que Stroessner se creía invulnerable. El Estado era él, por eso cada día, a las cinco en punto de la tarde, llamaba al presidente del Banco Central y le preguntaba: “¿Cuanto hicimos hoy?”

 

 Se debería recordar, para seguir el hilo del relato, que en ese lejano tiempo el Partido Colorado, reflejo de los sátrapas de turno, valiéndose de  las grandes diferencias sociales existentes, promovió la revolución de “pies descalzos”. A partir de entonces se consolidó su supremacía plena  la cual finalmente llevaría al poder al entonces coronel Stroessner.

 

 En cada elección triunfaba con el holgado 90 por ciento  de los votos.

 

 El compendio del éxito del General Presidente fue la disposición de unir al Ejército con el Partido Único e ir eliminando, tanto en las Fuerzas Armadas como en el Partido Colorado, toda posible oposición a su persona.  La nación  entró en un nirvana en el que la canonjía y el clientelismo eran expresiones monetarias del cotidiano vivir.

 

 Y aquí ingresa el personaje que haría saltar por los aires un sistema férreo el cual nadie  osaría desequilibrar. Stroeesner creía que  Fuerza Armada y Pueblo eran una yunta indisoluble. Nadie lo traicionaría, pues todos eran como sus hijos.

 

En 1961 un personaje humilde, de ascendencia española, llamado Andrés Rodríguez y proveniente de un liceo militar, fue promovido a la comandancia de la capital de la República. En los años siguientes, ya probada su lealtad al Jefe Máximo, fue adquiriendo primacía en el círculo de colaboradores de Stroessner. El vínculo personal de lealtad y confianza entre ambos militares se reforzó con el elemento familiar al casarse una de las hijas de Rodríguez con el primogénito del dictador.

 

 El ya general de división lo poseía todo, comandaba el  Cuerpo del Ejército, mientras  amasaba una inmensa  fortuna. Era propietario de ganaderías, empresas de construcción, textiles y alimentación, la  mayor cervecera  del país y la lucrativa red de casas de Cambio de Moneda.

 

 Pero no era feliz; su esposa le recamaba no poder disfrutar con sosiego tanta riqueza. Cuando visitaba un centro comercial, negocio o restaurante, sentía un murmullo de desprecio. Aquello era demoledor.

 

 Rodríguez acudió a pedir consejo a un amigo de la infancia. “Te lo voy a dar”, le dijo. “El hombre que saque del poder al tirano, el pueblo le perdonará su despotismo, el dinero mal obtenido y podrá vivir en serena tranquilidad”.

 

 Rumió ese consejo. Se despojó de toda conciencia mil veces jurada y un 3 de febrero de 1989, derrotó a Stroeesner.

 

Moraleja: no hay lealtad que el miedo a un futuro incierto no haga pedazos.

 

 Lo mismo le acaba de suceder el presidente africano de Burkina Faso, después de 27 años de gobierno.


Moraleja: Los dictadores deberían saber que el poder no es eterno aunque así lo parezca a los pueblos que los sufren. Bueno, separando de esta adversidad  a súper autócrata   Fidel Castro.



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