“Los mercados de Brasil castigan la reelección de Dilma Rousseff” (“El País”, 28 de octubre de 2014).
Ya hace meses, con singular presión durante la campaña electoral, los “mercados” –incluidos algunos de los más importantes de España- pregonaban con descaro la inconveniencia de que Brasil siguiera dirigido por Lula-Dilma Rousseff, porque “los inversores”, en este caso, no podrían frotarse las manos con total fruición.
¡Qué importa que hayan logrado reducir en pocos años la pobreza extrema y el analfabetismo, que sea un país “libre de hambre” según una reciente noticia de las Naciones Unidas…! ¡Qué importa que la tasa de paro no llegue al 5%! Lo que importa –difundido hasta la saciedad por medios “adictos” a los mercados- es el PIB. “El modelo, basado en el consumo de la clase media y baja, está agotado”… ¿Cómo se atreven las clase medias y bajas a quitar protagonismo a las altas y más altas?
Ojalá Dilma no “atienda el mensaje de los mercados”. En España, en 1993 y en 2010, y luego en 2011, 2012, 2013… se ha escuchado y atendido el mensaje de los mercados y del PIB. Y así nos fue. Y así nos va.
El tiempo de la unión monetaria como base del funcionamiento de la Unión Europea, del predominio y acoso de los mercados, y de la cooperación internacional “recortada”, debe concluir.
Se sustituyeron los valores éticos por los bursátiles; los principios democráticos por las leyes mercantiles; las Naciones Unidas por grupos plutocráticos de 7,8,… 20 países. La debacle está a la vista. Hay que volver a situar en el centro del comportamiento gubernamental y ciudadano los “principios democráticos” que con tanta lucidez establece la Constitución de la UNESCO. El mundo necesita políticos que ejerzan sus funciones con total independencia. La corrupción que conllevan “los mercados” está traspasando las líneas rojas de la paciencia ciudadana y aumenta la desafección.
La solución es más y mejor democracia. A este respecto, el artículo undécimo del proyecto de la “Declaración Universal de la Democracia” (http://www.fund-culturadepaz.org/democracia_esp.php ) dice textualmente: “La democracia debe desarrollar sistemas económicos fundados en la justicia social, a la cual se subordinarán siempre todos los otros aspectos y dimensiones de la vida económica, en un contexto de competencia libre y leal así como la indispensable cooperación, con el fin de alcanzar un desarrollo humano y económico sostenible, una prosperidad compartida, el fomento del empleo y el trabajo, y la utilización racional de los recursos económicos, alimenticios, naturales y energéticos. En la democracia, el objetivo fundamental es que toda persona, sin excepción alguna, pueda acceder a los bienes y a los servicios –particularmente de salud- necesarios para una vida digna de ser vivida”.
Es intolerable –no me canso de repetirlo- que cada día mueran de hambre más de 30.000 personas, la mayoría niñas y niños de uno a cinco años de edad al tiempo que se invierten 3.000 millones de dólares en armamento y gastos militares. Es intolerable.
Dilma Rousseff, en el discurso de su toma de posesión hace cuatro años, dijo: “Para convertir nuestros sueños en realidad debemos superar las líneas de lo posible”.
El otro mundo posible, en el que los sueños se hacen realidad, es ahora, por primera vez en la historia, factible en la era digital: existe la conciencia global, la información fidedigna de lo que sucede en el mundo en tiempo real, la participación de la mujer como piedra angular del “nuevo comienzo”, en feliz expresión de la Carta de la Tierra y, lo que es esencial para la democracia genuina, la posibilidad de participación de todos los ciudadanos, progresivamente, gracias a las nuevas tecnologías de la comunicación.
Ha llegado el momento de “los pueblos”, como con tanta clarividencia se inicia la Carta de las Naciones Unidas, que deben ser refundadas con apremio.
Presidenta, no escuche el mensaje de “los mercados”. Siga escuchando atentamente el mensaje de su pueblo.