Ante el seísmo de corrupción que azota a España uno llega a dudar, a plantearse si compensa emborrar o escribir una frase, un párrafo, un texto, pues ante la inmundicia que nos invade la misma palabra pierde fuerza, eficacia, se contamina, y la mera denuncia queda en mera, en presunta, en nada, prescribe, ya que como ha afirmado recientemente el Presidente del Consejo del Poder Judicial, don Carlos Lesmes, la actual Ley de Enjuiciamiento Criminal está pensada más para el robagallinas que para el gran defraudador, o sea que carecemos de los medios necesarios para combatir la corrupción - recuerdo que esta Ley procesal en vigor se promulgo en 1.872 y así ha llegado hasta la actualidad, con pequeños cambios-. Supongo que de entonces a acá se habrán producido algunas trnasformaciones en nuestra sociedad, así, por ejemplo, hemos pasado de la época del ferrocarril(mediados del s. XIX) a la navegación informática(s.XX). ¿Quién o quiénes son los responsables de esta dejadez o es una dejadez interesada para proteger al corrupto?
Mientras, el paciente y sufrido pueblo español, asiduo de los comedores sociales, cliente de Cáritas y beneficiario de los dineros de sus mayores y amigos, espera una luz, un aliento de esperanza, un acto de nobleza, alguien de quien fiarse, pero nada nuevo aparece por el horizonte, sino disculpas, mentiras, silencios, acusaciones, desplantes, manipulaciones , estrategias y un bisoño Podemos que aspira a convertirse en casta , que no quiere listas abiertas, sino poder vertical, jerarquía, camarilla, red, obediencia ciega y nueva bodeguilla.
Y el pueblo sólo reclama, pide, un poco de dignidad, de conciencia y un poquito de pan para llenar su estómago, pero hasta eso se le niega. En días tan tétricos, tan mustios, tan inapetentes aquellas palabras tan sugerentes de Don Antonio Machado cuando decía “ que no tiene una sociedad valores más altos que sus hombres preclaros”, me saben a poco, es más, me confunden y me entristecen y es que compruebo con harto dolor que esas personas preclaras que tanto bien podrían hacernos están en paradero desconocido o secuestradas en nuestra sociedad, y una vez más la única respuesta que encuentro me la ofrece el pueblo, el prudente y confiado pueblo español, hombre o mujer, que madruga, se responsabiliza de un trabajo y saca adelante una familia con su esfuerzo y dedicación. Ahora que ha vuelto la cocina tradicional y que en los restaurantes más reputados triunfa el torto con o sin picadillo, las migas, las sopas de ajo, la fabada, la paella y el cocido madrileño ... compruebo que la única dignidad que encuentro me la ofrece ese Juan o esa Juana española, que con su salario, quien lo tiene, mantiene un Estado donde una vez más sus dirigentes no están a la altura de la dignidad que tienen sus ciudadanos. ¡Que buen vasallo si hubiese buen Señor!