“Casta” es un término polisémico, cuyo significado, hasta ahora, distaba mucho de las connotaciones peyorativas con las que se utiliza actualmente en el terreno político.
Cierto que la estratificación social y las restricciones consecuentes del sistema de castas imperante en la India no nos ofrece el mejor ejemplo, pero fuera de este caso concreto, aceptado resignadamente por el hinduismo, el término “casta” no nos inducía a pensar nada malo.
“Saca la casta”, expresión utilizada en el ambiente deportivo, es una frase incitadora, motivadora, que pretende que el sujeto pasivo dé todo lo que tiene dentro, lo que es y lo que sabe hacer.
“De casta le viene al galgo” patentiza la herencia genética, la tendencia a que los hijos hereden las cualidades o defectos de los progenitores.
“Es un persona casta” simboliza que de quien estamos hablando se abstiene de mantener relaciones sexuales, que no se deja llevar por al placer sexual o que es puro y virtuoso en su vida matrimonial.
“Es de tal casta” alude a cada una de las mezclas de razas en la sociedad colonial. Así, la casta de origen español-indígena da como resultado un mestizo; español-negra, un mulato; indio-negra, un zambo...
Nada, pues, de qué avergonzarse.
Ahora bien, la irrupción en el panorama político español de Podemos, además del revuelo social que ha creado, del “meneo” de conciencias que ha suscitado y de las legítimas expectativas que ha generado, ha introducido un nuevo significado del término “casta”, ahora ya sí, con un alcance y un tufillo a comida en mal estado, caducada, que seguíamos consumiendo imitando a Arias Cañete, pero que estaba contaminada, a la que hay que tirar a la basura para que no siga expandiendo sus efectos nocivos.
Para Podemos, “la casta” es identificable con la clase política en general, que tiene secuestrado el poder en beneficio propio y de las élites empresariales.
Este término “casta” y sus potenciales integrantes, “la clase política”, aglutinan un blanco fácil al que el electorado más desfavorecido y algunos insatisfechos le tienen muchas ganas.
Pero si esta estrategia marca la línea de actuación de este partido emergente, los acontecimientos que día a día se suceden no vienen sino a afirmar, ratificar y confirmar la existencia de ese grupo privilegiado de personas que se presentan como el primer enemigo a batir para que la democracia recupere sus raíces.
Los usuarios del dinero opaco de Caja Madrid hacen honor a lo de “tar jetas”, y sus gastos millonarios no pueden entenderse más que desde el desprecio más absoluto a la ética, a la proporcionalidad y a la mesura.
El lamentable y doloroso caso del ex líder del SOMA-UGT, pillado precisamente cuando intentaba regularizar una cantidad millonaria, olvidando que la amnistía elimina el delito fiscal pero no evita la investigación sobre el origen del dinero –quién lo asesoraría–, añade un punto más de razón a las tesis de Podemos.
Pero, desde nuestro punto de vista, donde realmente se escenifica la idea de “casta” es en la adopción de determinadas medidas a través de leyes para cuya aprobación siempre hay unanimidad. Así, Zapatero modifica la Ley reguladora del Consejo de Estado para incluir entre sus miembros natos a los ex presidentes del Gobierno –¿es una medida en beneficio propio o no?–; la Ley de financiación de los partidos políticos, ¿a quién beneficia?; las leyes reguladoras de los estatutos de los expresidentes, ¿a quiénes beneficia?; la inclusión del personal eventual como personal de la Administración para que sus sueldos corran con cargo al presupuesto público cuando realmente trabajan para la clase política, ¿a quiénes beneficia?
¿O es que estas medidas quedan fuera de control y del juicio público por estar residenciadas en leyes? ¿No deben perseguir las leyes el bien común y el interés general?
Y tantas y tantas otras medidas que suponen una sangría a las arcas públicas pero que no se cuestionan por haber sido aprobadas democráticamente.
De ahí el famoso eslogan de Podemos “No nos representan”.
Podemos ya está en campaña electoral. Se la hacen a diario los medios de comunicación, y no sería de extrañar que en las próximas elecciones obtuvieran un apoyo masivo de la población.
Hay mucha gente que lo está pasando mal, que carece de lo esencial y a la que no se le ofrecen alternativas para conseguir una vida mejor. Hay también muchos ciudadanos que están hartos del sistema, que quieren un cambio, una renovación.
Podemos se presenta como el partido capaz de posibilitar esa transformación obligada y necesaria.
Ahora bien, deberá matizar y definir sus propuestas. Sugestionar es rápido, barato, pero también efímero. Es preciso razonar y convencer. Y sobre todo admitir que, en realidad, no estamos ante un problema de “castas”, por más que el término sea muy acertado y atraiga voluntades. Dentro de la política hay personas muy honradas, que trabajan mucho y bien, y que con sus actuaciones persiguen el bien común. En realidad estamos ante el eterno problema de clases. Por un lado, el poder político, representado por el bipartidismo, el poder económico (banqueros, empresarios) y los sindicatos, y, por otro, el pueblo o, lo que es lo mismo, explotadores y explotados.
Que es necesario un cambio parece obvio, pero, como decía Ostrogosky, “las patologías de la democracia solo se pueden combatir con más democracia”, a lo que añadimos que es desde la democracia desde donde deben hacerse las revoluciones.
Ortega y Gasset afirmaba que “ser de izquierdas es como ser de derechas, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil”.
La ideología no se solventa solo con terminología, no vaya a ser que tengamos que repetir aquellas palabras del ministro ruso Viktor Chernomyrdin: “Quisimos hacerlo de la mejor manera posible y nos salió como siempre”.