Sin duda alguna todos nuestros sentidos están conectados entre sí. Claro, todo el mundo lo sabe. Saco esto a colación porque esta mañana pasé por delante de una floristería, dirigí la mirada a su interior, mi vista contactó con mi mente y encontró en su abigarrado archivo algo que guardaba relación con estas maravillas vegetales, prodigas en colores y fragancias, que llamamos flores y de las que estaba lleno a rebosar ese local que menciono. Lo explico:
Sergei Prokofiev fue un talentoso pianista y compositor ruso (23-11-1891 a 5-4-1953). Estuvo casado con una cantante de origen español Lina Llubera, que acusada de espía por las continuas visitas que, viviendo en Rusia, realizaba a embajadas extranjeras fue recluida durante ocho años en un gulag.
Las mejores obras que compuso Sergei Prokofiev (Pedro y el lobo, ópera El amor de las 3 naranjas, Sonata nº 7 para piano, El ángel de acero, el ballet Romeo y Julieta y muchísimas extraordinarias piezas más) no gustaron a las autoridades soviéticas porque eran “formalistas”, demasiado modernas para su época y estaban fuera de los parámetros del realismo socialista. Para tener contentos a los estalinistas, a los que este famoso músico temía más de lo que un pavo teme las fiestas navideñas, compuso un buen número de obras mediocres que entraban dentro de la línea nacionalista rusa y significaban apoyo al ideal comunista.
Sergei Prokofiev vivió aterrado, temiendo terminar encarcelado cualquier día que a alguno de los miembros del gobierno le viniera el capricho.
He recordado hoy a este gran genio de la música por un dato curioso. Sergei Prokofiev murió el mismo día en que lo hizo el todopoderoso, temido, despiadado Stalin.
Ese día todas las flores que existían en Rusia fueron para el poderosísimo dirigente de la Unión Soviética, tanto fue así que, al no encontrar flor ninguna para el extraordinario compositor, el único adorno que pudieron poner sobre su ataúd fue una ramita de pino.
Yo le envío, con el pensamiento, a Sergei Prokofiev infinitamente más flores de las que tuvo el terrible dictador Stalin, lamentando que la opresión de los tiranos no permitiera que su genial obra hubiese sido mucho más extensa todavía.
De todo este escrito lo más valioso (si alto tiene) es pretender que recordemos a un genial músico que, como a tantos otros genios, sólo se les recuerda en el centenario de su muerte.