El término “ex” es uno de los más enigmáticos y preocupantes del vocabulario español.
El diccionario de la RAE le asigna dos significados destacables a los efectos de este artículo: “Que fue y ha dejado de serlo. Ex ministro, ex marido; persona que ha dejado de ser cónyuge o pareja sentimental de otra”.
Tomando como punto de partida estos significados, es posible hacer una subdivisión según la posición y el papel desempeñado por la persona o personas a quienes se refiera el término “ex”: sujeto activo, sujeto pasivo y sujeto activo del sujeto pasivo.
El sujeto activo es el que sufre directamente las consecuencias de su condición de ex.
Suele recordar con nostalgia sus cargos anteriores y no se resiste a dejar constancia de su currículo en sus tarjetas de presentación. A nosotros ese recuerdo nos evoca los epitafios que adornan las lápidas de los cementerios “Aquí yace... quien fue...”.
El sujeto pasivo es un sujeto peligroso. Muy peligroso. Suele ser una mujer, aunque en honor a la verdad, también se dan casos en los que el sujeto pasivo es varón.
No hay mayor peligro para un hombre que una mujer convertida en ex mujer. Y cuando el hombre es un personaje público, las consecuencias pueden ser fatales. Nos hemos ocupado en artículos anteriores de la novia de Jordi Pujol Ferrusola, que, con su denuncia en los juzgados sobre el trasiego de bolsas con dinero que se traía su novio, puso en jaque a toda la familia y al propio proceso soberanista catalán.
Pero quizá el ejemplo reciente más claro de las fatales consecuencias que puede acarrear una ex nos lo ofrezca Valérie Trierweiler, ex pareja del presidente francés Hollande.
Él la había humillado públicamente ante todo el país al hacerse público su affaire con la actriz Julie Gayet. Ella, rechazada por la noche porque él ya había tenido su ración, no le quedó a la zaga al desvelar en su libro “Merci pour ce moment” intimidades de alcoba y de la personalidad de su conviviente.
Cierto que en países como Francia o Italia hacer públicas las preferencias sexuales de un hombre público, por extravagantes que estas sean, lejos de perjudicar, dan votos. Pero lo que resulta demoledor en este caso es desenmascarar la imagen de un personaje que, además de machista mentiroso y practicante de un hedonismo a ultranza, está deshumanizado y carente de toda sensibilidad.
Según Valérie, Hollande desprecia a los pobres y a los desfavorecidos, a quienes llama “los sin dientes”. Ella misma ha sufrido las burlas de su pareja por sus orígenes humildes.
Esta faceta de un político sin sentimientos que, a mayor inri, es socialista, es demoledora, destructiva para él y para su partido.
Los dos ejemplos citados ponen de manifiesto que las ex mujeres son las mejores aliadas de la transparencia pública y quizá el Gobierno debiera dedicarles un Título específico en la ley reguladora de esta materia.
Algún comentarista ha sugerido que en la citada ley debiera establecerse con carácter obligatorio que los gobernantes, a lo largo de su mandato, deben cambiar de pareja. Si la ex no llegara a “cantar”, la probidad del interesado quedaría acreditada.
El sujeto activo del sujeto pasivo ex (Pujol hijo, Hollande) es el sufridor, el directamente afectado por la devolución del mal por mal, el que acaba convertido en sujeto pasivo de la revancha.
Las ex cumplen una doble función: una, aniquiladora del sujeto activo; otra, clarificadora ante la opinión pública de su verdadera personalidad.
Los hombres públicos deberían leer la obra de Eurípides “Medea” para constatar hasta dónde puede llegar una mujer repudiada y aprender que, por mucha alcoba que se comparta, nunca se debe hacer partícipe a la pareja de las cosas que es preferible ocultar.
Como dice la máxima, “cuando el amor no se paga con amor, se paga con crueldad”.