*Profesor titular de Economía Aplicada en la UCM y miembro de econoNuestra
Para comprobar que la economía no es infalible basta con escuchar lo que dice un ministro experto en la materia, por ejemplo Luis de Guindos. Hace unos meses hablaba de la recuperación de la economía española. Ahora nos advierte del serio riesgo de que Eurozona entre en su tercera recesión. O la realidad es más tozuda de lo que indican los datos que él maneja, o maneja los datos sin tener en cuenta la realidad, o –en el mejor de los casos– nuestro ministro confunde coyuntura y estructura.
Como prueba de lo poco creíble que resultan a menudo los mensajes oficiales, sirvan dos ejemplos más. Meses atrás, el equipo económico del gobierno se refería a las exportaciones españolas como motor del crecimiento. Pero cuando el crecimiento del PIB ha ganado unas décimas y se ha recuperado mínimamente el consumo interno, el sector exterior de la economía española ha vuelto a mostrar su preferencia crónica por el déficit estructural. O dicho de otro modo, el estímulo coyuntural que suele proporcionar el calor veraniego ha sido tan débil que ni siquiera permite disipar el riesgo de deflación: la terrible deflación que asoma en el horizonte como un síntoma más del agravamiento de la depresión social que vivimos. Entre otras razones, porque las políticas restrictivas de nuestros gobiernos están contribuyendo desde hace tiempo a hundirnos más en el pozo de la recesión y del aumento de las desigualdades.
Mucho antes, el ministro de economía del Partido Popular decía que en España lossalarios no estaban bajando. La semana pasada, incluso la OCDE le recordó que continuar bajando los salarios no es el camino para mejorar la productividad, ni la competitividad, ni la demanda interna, ni el crecimiento, ni el nivel de vida de los españoles, ni siquiera el déficit público, que tanto parece preocupar aunque no se combata el fraude fiscal.
Sin duda, muchos economistas ortodoxos, más aún cuando están en el poder o cerca de él, confunden o quieren confundir crecimiento y desarrollo. ¿Qué utilidad tiene un crecimiento minúsculo y sesgado hacia una mayor dependencia de sectores poco intensivos en I+D+i (Investigación, desarrollo e innovación), si con ello no se resuelven ni el desempleo, ni la exclusión, ni la pobreza ni las crecientesdisparidades que se están extendiendo por España y por el mundo?
Quizá muchos economistas tienen en la mente un modelo económico y social capaz de estimular el bienestar colectivo solo cuando una minoría de la población se hace aún más rica. De ese modo, el resto de ciudadanos se sienten supuestamente tentados a emularlos y, con ello, todos podemos salir ganando. Pero no es así. Eso no sucede. Esos supuestos son falsos.
Ni siquiera los datos de crecimiento económico que conocemos –los que nos ofrecen– son completamente creíbles. Como es bien sabido, el crecimiento del PIB depende de múltiples factores. Una catástrofe natural o el aumento de la contaminación o un modelo energético ineficiente, por ejemplo, pueden ayudar a incrementar el PIB. Por supuesto, los gastos militares y de defensa también incrementan el PIB, aunque no sea la mejor forma de favorecer el desarrollo, ni ese efecto expansivo tenga efectos similares en todos los países. ¿Es ese el tipo de sociedad al que nos encaminamos, con menos gastos sociales, aunque estén “compensados” por un aumento del gasto destinado a mantener el orden interno e internacional vigente?
Sin ir más lejos. Un aumento del gasto militar en Estados Unidos puede estimular su economía. Pero, al mismo tiempo, puede obligar a que otros países también aumenten sus gastos militares, sin que se vean igualmente beneficiados sus sectores productivos o sus actividades más intensivas en I+D+i. Es más, el aumento de los gastos militares en el mundo puede venir motivado por una “sugerencia” externa, por ejemplo de la OTAN. Y ello conlleva un aumento paralelo de la dependencia exterior de los países que deciden aumentar sus gastos de defensa, es decir bélicos. Sobre todo en aquellas naciones que carecen de una industria autóctona y de una fuerza militar suficientemente potentes, que son la inmensa mayoría.
Quizá eso es lo que buscan algunos para perpetuar la posición privilegiada que ocupan en la jerarquía económica de sus países y del entramado mundial. Tal vez lo que están buscando algunos desde hace tiempo –de manera no siempre necesariamente consciente o directa– sea recortar el gasto público en la mayoría de los países para destinar posteriormente nuevos recursos a incrementar los gastos militares y de seguridad interna.
Más gastos represivos y bélicos destinados a sustituir a las políticas sociales, aunque para ello sea necesario “inventar enemigos” internos y externos. Aunque haya que tergiversar una vez más el lenguaje económico y político para explicar de manera creativa la realidad que nos rodea. Aunque eso nos haga cada vez más incrédulos frente a la economía ortodoxa, sus explicaciones y sus objetivos últimos. Pero el mundo, este mundo que tenemos, lo necesita.