La tercera guerra

Suelo leer a segmentos, es decir, despacio, “Nevada””, libro horroroso   de Patrick Rambaud.  Lo hago por dos razones: una doliente, la otra al ver  cómo la libertad se va dilapidando desde hace siglos  en la mitad del mundo actual  y esa tarea depravada va pareciendo un  acto normal.

 

¡Pobres los pueblos – y hoy son muchos - que por cobardía o comodidad manifiesta  se pliegan a los designios del poder de turno!

 

La conocida frase: “Los países no tienen amigos, tienen intereses” es tan cierta como el paso del aire, la brisa o viento de secano.

 

Hay otra obra sobre el tálamo donde cabeceo: el  “Maquiavelo” de  Marcel Brion. Esas páginas, ellas y yo, en soledad, sabemos de qué departimos. Posiblemente algunos lectores también.

 

Se puede vivir con la cabeza inclinada, jamás con la rodilla en tierra.

 

 Por eso acudo hoy  también a Dante.

 

El olvido es una de las más grandes aberraciones del ser humano; es como deshacer el viento de secano sobre surcos estériles de matojos y piedras calizas; lo mismo sucede con la esperanza.

 

“Los que entréis aquí, perded toda esperanza”.

 

 Terrible en realidad no tener el anhelo de algo mejor, y darnos cuenta de nuestra impotencia para salir de las desgracias. Sin duda el florentino, autor de la obra más brillante de la Edad Media, conocía en verdad el alma humana, bebió en ella y supo de las enfermedades del espíritu más dolorosas: la apatía y la desesperanza.

 

De olvidos uno sabe mucho; de rotas esperanzas, recónditas heridas recubiertas de yodo, más.

 

En cierta ocasión alguien escribió en el diario “The Observer”: El periodista es un ser que ha renunciado a todo en esta vida, salvo al mundo, al demonio, la carne... y la comodidad bajo las prebendas del poder.

 

El trabajo de periodista es uno de los más resbaladizos. Lo prueba el número de profesionales que pagan todos los años con su libertad, y aún con su vida, el denunciar abusos y atropellos del poder constituido u organizaciones guerrilleras o mafiosas. Y es que la libertad de prensa sigue siendo, en buena parte, una asignatura pendiente.

 

Ser periodista no es una profesión u oficio, sino un sacerdocio, y no son estos tiempos buenos para ejercer esa vocación. Se nos asesina en cualquier lugar del mundo, como se matan perdices, con saña desmedida.

 

En la Declaración de los Derechos Humanos hay cinceladas estas palabras que para muchas naciones son arcilla, simple barro sin valor alguno: “La libre comunicación de los pensamientos y de las opiniones es uno de los derechos más valiosos del hombre. Todo ciudadano puede, por lo tanto, hablar, escribir, imprimir libremente (...)”.

 

Es una quimera. Lo sé.  Docenas de periodistas sufren cada año avatares por reflejar los hechos tal como suceden, no como desearía el autócrata de turno que fueran.

 

No lo olvidemos: El hombre para ser hombre, debe ser libre.

 

Lo repetimos: media humanidad no goza de las más mínimas libertades. Entre los grupos religiosos fanatizados de manera bestial, criminales natos, verdugos crueles, y los gobiernos totalitarios, nuestro débil planeta azul no ha podido encontrar aún la lógica de su propia existencia, esa expresión que se encierra en una sola palabra: convivencia.

 

 Lo ha dicho hace dos semanas el papa Francisco: “Estamos abriendo los portones de la III Guerra Mundial”.

 

En esta infausta situación,  quien desee presenciar el  cruel escenario, que vea.


 



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