Juan Españolito era un hombre de humilde cuna, honrado y trabajador. De padres obreros con salario bajo, no había podido asistir a la universidad y estudiado una carrera que le permitiera conseguir uno de esos empleos que son muy bien remunerados. A él, esta posibilidad que habría podido convertirle en un ciudadano más importante en lo económico, no le preocupaba ni le amargaba la vida. Él era un buen obrero, le habían apreciado siempre sus patronos, le gustaba el trabajo que hacía y procuraba realizarlo lo mejor que sabía.
Juan Españolito disfrutaba del ocio de los fines de semana que pasaba en compañía de su familia, haciendo, frecuentemente, excursiones al campo para respirar aire limpio y disfrutar de la naturaleza. Allí, lejos de la contaminación y el ensordecedor ruido urbano, había aprendido a distinguir, por sus cantos, las especies a las que pertenecían los pájaros que le ocultaba el follaje de los árboles y conocía también los nombres de por lo menos una docena de plantas salvajes que abundan por todas partes.
Juan Españolito estaba lejos de ser y todavía más lejos de considerarse un erudito, pero tampoco era un patético ignorante. Sumaba, aparte de lo estudiado en sus pocos años de asistencia a la escuela, conocimiento de alguna que otra cosa más leyendo periódicos y viendo programas de televisión.
Los modestos maestros que había tenido en los centros de enseñanza pública a los que asistió, se habían esmerado en que sus alumnos aprendieran algo que consideraban de suma importancia para sus pupilos, porque también era extraordinariamente importante para ellos. Ese algo de suma importancia era amar a su patria, a sus grandes hombres, admirar las extraordinarias hazañas que éstos llevaron a cabo y las maravillosas aportaciones de otros antepasados notables, al mundo de la cultura y del conocimiento, y a sentirse orgullosos del país en el que había nacido, incluyendo en su país todos las partes del mismo. Y el orgullo patrio lo tenía tan arraigado que lo defendía apasionadamente frente a todos aquellos que lo menospreciaban, calumniaban u ofendían. El creía que la patria era su segunda madre, y obraba en consecuencia.
Juan Españolito era un ciudadano ejemplar que amaba a su familia y a su país, respetaba sus símbolos, respetaba su historia y ensalzaba a sus ancestros.
Y ahora explico el sublime sueño que tenía Juan Españolito. El sueño que Juan Españolito tenía era que en todos los barrios de su país le respetaran igual que él respetaba a las personas de otros barrios. Barrios, algunos de ellos, que tenían gobernantes que les robaban a sus ciudadanos y lo mismo a todo el que podían aunque fuera de otro lugar, y en vez de sentirse avergonzados de esta deshonesta conducta y, arrepentidos, devolver lo hurtado, tenían la desvergüenza de acusar a las personas inocentes de otros barrios, de ser ellos los ladrones. El sueño de Juan Españolito incluía también un gobierno para su nación que no fuera corrupto, y al no serlo tuviera fuerza legal y moral para obligar a todos los numerosos corruptos y ladrones a devolver lo afanado y hacer que cayera sobre todos ellos el peso implacable de las leyes.
A Juan Españolito le haría muy feliz ver convertidos en realidad este sueño suyo que acabo de revelar, y lo mismo nos ocurriría a todos los que llevando el apellido Españolito, nos sentimos honrados de llevarlo y que somos, afortunadamente, todavía muchos. ¡Muchos! ¡Que se enteren los que piensan lo contrario!