#Stephen #Hawking y Dios

La raza humana ha comenzado a conquistar otros planetas de nuestro sistema solar, primer paso hacia un sendero de posibilidades extraordinarias, a no ser que a cuenta de nuestra malquerencia hagamos añicos el futuro. Si no sucede esa posibilidad cósmica, llegaremos a tocar con la mano las estrellas. 

 

Soy agnóstico en materia de teosofía, hipnotismo, ocultismo y espiritismo. No sé nada del libro de Thot, Tarot o juego de naipes, y aún  menos de la evolución oculta de la humanidad de Pitágoras a los Hermetistas.

 

Carl Sagan solía decir: “La vida busca a la vida, y eso no podemos evitarlo”. Y en eso estamos, como pardillos asustados al borde de los abismos misteriosos del firmamento.

 

De los espacios galácticos hemos venido y hacia allí vamos. Es un regreso anunciado; no tenemos otra aventura más colosal. En la tumba de un faraón egipcio se puede leer: “La escalera del cielo ha sido desplegada para él, para que pueda ascender por ella hasta el cielo. Oh dioses, colocad vuestros brazos bajo el rey: levantadle, izadle hacia el cielo. ¡Hacia el cielo! ¡Hacia el cielo!”.

 

Y es que no existimos solos. Es más: no lo podemos estar. Sería brutal.

 

Metrodoro, filósofo griego del siglo IV antes de nuestra Era, negaba considerar la Tierra como el único mundo poblado en el espacio infinito: “Es tan absurdo como afirmar que, en todo un campo sembrado de mijo, sólo crecerá un grano.”

 

Releyendo “Cosmos” de Sagan, uno no deja de asombrarse por la inmensidad del espacio; tanto,  que para situarnos debemos  hablar de años luz  (ésta recorre trescientos mil kilómetros por segundo).  La obra nos dice cómo arriba y debajo de nosotros, trillones de galaxias formadas por  miles de millones de estrellas, un infinito casi inalcanzable para la mente humana, nos descubren la grandeza de la inmensidad.

 

En mundos como el nuestro evoluciona, germina la vida y con ella el prodigio de la creación se expande.

 

 Las preguntas de otro genio, Stephen Hawking y que, lo mismo que hizo el admirado escritor portugués José Saramago, niega la existencia de Dios- padece inmovilidad motora en todo su  cuerpo desde que apenas comenzaba a tener 40 años -   nos abren un ronda de preguntas básicas al  intentar buscar sentido a la realidad que conjeturamos  a nuestro alrededor: ¿Cuál es la naturaleza del universo? ¿Cuál es nuestro lugar en él y de dónde viene y de dónde venimos nosotros? ¿Por qué es tal como es?

 

Saramago tal vez se encaminó a un punto más claro: “No creo en Dios ni en la vida futura ni en el infierno, ni en el cielo, ni en nada”.

 

“Debo de decir que a mí me encantaría que existiera  porque tendría todo más o menos explicado y, sobre todo, tendría a quién pedir cuentas por las mañanas. Pedirlas y también darlas. Pero no tengo a quién pedirlas,” añadía.

 

Al final intentos angustiosos de búsquedas vanas: preguntas sin respuestas que también sirven para  admitir la presencia de un Supremo Creador.

 

Hay presunciones que  nos llevan a presagiar de alguna manera la razón de por qué existimos. Una,  la más trabajada en sentido filosófico, es famosa: pienso, por lo tanto existo.  Y otra, tal vez  la más profunda: “Yo no creo que Dios existe, yo sé que Él existe, pues saber es mucho más que creer”.

 

Stephen Hawking, en sí mismo  tiene, aunque no lo amita, su  propio milagro, el asombroso misterio de la vida en medio de  las condiciones angustiosas  en que se halla.

 

 Para el admirable genio, “el milagro no es compatible con la ciencia”; a lo mejor  nosotros mismos seamos el  dogma del inescrutable misterio de Dios.

 

 



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