Llevo 28 años consecutivos acudiendo a comer con buenos amigos de la antigua comisión de fiestas a la bonita localidad langreana de Cotorraso con motivo de la festividad de Santa Apolonia. Conocí a estos buenos amigos y mejor asturianos cuando era director de La Voz de Asturias y trajeron al prado de la romería a Manolo Escobar que reunió por por aquel entonces, septiembre de 1987, a más de 5.000 personas. Desde entonces mi vinculación con este pueblo fue total aunque, por ejemplo, este año no haya habido fiestas, afectadas por la crisis como tantas otras cosas en nuestra comunidad.
Siempre nos reunimos José Pín, Senén y Plácido a comer en casa de La China, cuya propietaria Mary no solo cocina de cine sino que es la suegra de ese buen futbolista que es Samuel, hoy en el Caudal tras haber pasado por un montón de equipos, Sporting incluido. Estando este mediodía allí guarecidos de una de las más impresionantes tormentas que he vivido me llega la noticia del fallecimiento del presidente de El Corte Inglés, Isidoro Alvarez, un moscón universal que desde su más tierna edad siguió la estela de su tío Ramón Areces hasta llegar a la cúpula de este emporio comercial que solo en Asturias -Isidoro Alvarez siempre apostó por el Principado- cuenta con más de 5.000 trabajadores. A lo largo de mi vida periodística tuve ocasión de estar en varias ocasiones con tan destacado empresario como cuando le dimos la faba de oro o la medalla de oro de Asturias en 2008. Era la sencillez personificada y un tipo la mar de discreto lo que nunca fue fácil acceder a él por parte los medios de comunicación en los que, digámoslo claro, mandaba mucho por ser su empresa una de las principales firmas anunciantes del país. Como buen patrono criado a pié de obra le gustaba visitar las distintas tiendas de incógnito y más de una ocasión se le vio paseando como un cliente más por Las Salesas. Alguien me comentó que su única manía era tener siempre dispuestos un par de zapatos de determinada marca que le encantaban. Me dicen que su sucesión, como ha ocurrido con Emilio Botín y el Banco de Santander, está prevista y la presidencia de El Corte Inglés recaerá en un sobrino. Solo deseo que la firma no pierda su interés por el Principado.
Sin embargo no ha sido la muerte de Isidoro Alvarez la única mala noticia que me llega en este domingo. Me informan que esta madrugada falleció en el nuevo HUCA la ovetense Yolanda Villanueba, viuda del recordado Paco Valdés. Yolanda Villanueva tenía 84 años y no logró recuperarse de una operación a la que fue sometida ayer. Como vecino que fui desde mi nacimiento de la calle San Bernabé la recuerdo paseando por el barrio en el que residíamos. Creo recordar que era modista y que se casó con Paco Valdés, siendo él bastante mayor que ella. Paco Valdés, junto con Manolito San Román, criador de reses bravas, y Bernardo Escandón, comerciante en la calle de Uría, fueron de los más destacados aficionados y expertos en temas taurinos que tuvo la capital de Asturias. En el fondo eran unos toreros frustrados pero defensores a ultranza de la fiesta nacional y, por supuesto, de nuestra hoy abandonada plaza de toros. Paco Valdés era un ciudadano elegante y culto que en mi infancia me recordaba al actor norteamericano George Raff. Por aquel entonces el Oviedo de la década de los 60, el Oviedo taurino -Gabino de Lorenzo andaba por los colegios haciendo el payaso junto a Ramón Sánchez Ocaña- tenía las esperanzas puestas en un novillero que tenía clase pero que se arrimaba poco a los morlacos, Pepe Rosales, a quien tanto Paco Valdés como Manolito San Román ayudaron mucho. Rosales tenía una hermana que era taquillera del cine Aramo y a la que le hacíamos la pelota con su hermano para que nos diera las mejores butacas de la sala. No tendría yo más de siete años cuando en unas nevadas navidades una tía mía me llevó por vez primera en mi vida al cine, al Aramo precisamente, para ver “La Túnica Sagrada” en cinemascope.
No quiero, por tanto, terminar mi comentario, sin citar una frase que solía decir el bueno de Paco Valdés en aquellos años: “Una ciudad sin plaza de toros es como un hombre sin corbata” y apostillaba el periodista Antonio Crovetto en Hoja del Lunes “Paco es que hoy la corbata está poco a poco pasado a mejor vida y quizás la plaza de toros de Oviedo tiene ya sus días contados“. Y lo escribió nada menos que en 1976.