Salimos del hotel muy temprano para caminar por la parte alta de la ciudad, donde el asfalto es mínimo comparado con los amplios jardines y bosques en que abunda el pino de los Alpes. Uno, cual el poeta se la Soria barbacana en las orilla del río Duero entre la Concatedral y la ermita de san Saturio, voy también haciendo senderos al andar, y así, atravesando ondulantes y frondoso prados, llego a los jardines Ariane, donde se alza el Palacio de las Naciones.
Desde aquella altura, ya cerca del Jardín Botánico, diviso un hermoso y sereno paisaje, Abajo el Lago Leman, y a lo lejos, entre unas gruesas nubes que se van volviendo grises y anuncian tormenta, la raya quebrada de una hilera de macizos donde destaca el blanco Mont-Blanc.
Permanezco allí por largos minutos y comienzo a deshacer el sendero por el Chemin de “L´Imperatrice.
Voy sereno y muy despacio envuelto en esa brisa tan tierna de la mañana, al Museo de la Cruz Roja y la Media Luna. El lugar me impresiona, tanto que el Libro de Honor donde el guía me pide dejar mis impresiones, escribo: “Viendo esto, creo que aún sobre las tumbas hay que ayudar en todo al ser humano.”
La visita comienza por el atrio principal del museo. Ya dentro del recinto propiamente dicho, los ojos se enfrentan a un muro de hormigón donde, grabada en francés, se lee una frase de Dostoievski en su obra “Los hermanos Karamazov”: “Todos somos responsables de todo ante todo”. lo cual significa que cada uno de nosotros es co responsable ante la Humanidad de los acontecimientos – incluso lo más remotos - que jalonan la historia del mundo.
Con todo lo visto he sido impresionado, pues allí se siente el vivo deseo de oponerse uno a la violencia y al odio.
No hace falta decir que estoy hablando desde la ciudad Berna, mientras medio mundo está en guerra, hay matanzas atroces, el aborrecimiento entre ciertos pueblos bíblicos es cada vez más atroz.
Tal ver sea bien cierto de que la paz, siempre tan deseada desde el principio de los tiempos, empieza nunca.