Mi tío Ángel y sus oficios

Mi tío Ángel, en esta vida ha trabajado de todo. Ha ido a la vendimia, ha sido peón de albañil, mamporrero (que había practicado este oficio, conociendo lo impresionable que soy, no me lo contó hasta que tuve los dieciocho años bien cumplidos, y al tener conocimiento de ello no supe si reírme o ponerme colorado, pues siempre he pecado más de pudoroso que de desvergonzado).

        Mi tío Ángel dejó de ser empleado por cuenta ajena para convertirse en agricultor. Lo de convertirse en agricultor le vino por una inesperada herencia de su tía Encarna, mujer que por haberle procurado la frecuentemente malvada naturaleza fealdad de bruja, no pudo ejercer la maternidad aunque ella se ofreció abierta y voluntariamente a muchos varones, ninguno demostró la suficiente generosidad para complacerla, así que volcó sus anhelos maternos en Ángel que, por albergar en su ancho pecho muy buen corazón, aunque ya tenía la suya (que por cierto le ha salido muy buena, lo dice hasta su suegra) la llamaba madre Encarna logrando con este detalle oral hacer feliz a la feísima solterona.

        La tía Encarna, como les ocurre a todos los nacidos con mala estrella, tuvo una longevidad tirando a corta pues faltándole diez años para cumplir el medio siglo de existencia en este mundo de risas y lágrimas, le quitó importancia al respirar y como ocurre siempre en estos casos se murió, dejando a mi tío Ángel heredero de un pedregal de su propiedad que, según los entendidos en tierras ni cardos borriqueros querían criarse allí.

        Mi tío Ángel, dando muestras de poseer una fe que para sí quisieran muchos falsos cristianos, plantó allí patatas, y para asombro de todos los “enterados” a los seis meses habían crecido y dado una cosecha que no fue ni mala ni buena. Vamos que fue una cosecha regular según los “entendidos”.

        Pero las patatas sacadas de aquel pedregal tuvieron un problema; y el problema consistió en que salieron tan duras que se necesitaban tres meses de continuada cocción para medio poder comerse.

        A pesar de lo muchísimo que le gustaba ser agricultor de los suyo, mi tío Ángel tuvo que volver a trabajar para otros. Hasta que lo dejó hace unos cuatro meses para trabajar de nuevo para él dedicándose a atracar bancos y, según me tiene contado en secreto (lo del secreto es porque para que no lo reconozcan los atraca con un pasamontañas tapándole el rostro), le va bastante bien. Hasta tal punto es así, que reconoce que en ninguna otra faena tenida anteriormente había ganado más dinero con menor esfuerzo. Él me resume esto con un dicho: “El que roba…” Yo le veo tan optimista que supongo no ha pensado en ningún momento que su nuevo oficio puede terminar llevándole al trullo. Para no estropearle la felicidad me guardo ese dicho: “El que mal anda mal acaba”. Un consejo amigo para todos los amantes comedores de “solanum tuberosum”: No le compren a mi tío Ángel los tres sacos de patatas que todavía le quedan por vender; pues corren el peligro de perder los dientes, sufrir una indigestión mortal, y necesitar una docena de bombonas de gas butano para hervirlas o quinientos kilovatios si su cocina es eléctrica. ¡De nada!



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