Mientras el tren va volando más que corriendo por la llanura sin fin al encuentro de Madrid tras salir de las costas valencianas del Mediterráneo, voy leyendo. En ciertos momentos cabeceo en una especie de duermevela, abro los ojos y sigo con la lectura.
En las páginas se desatan las historias de dos protagonistas italianos. Uno de ellos, Curzio Malaparte – acaba de editarse la primera biografía completa en español, escrita por Maurizio Serra –; la otra, envuelta en brumas de mortaja, y aún así increpando con ímpetu el fanatismo religioso existente en el mundo de hoy. Los enfrentamientos místicos del Medioevo siguen en la conciencia de un amplio sector de la podrida raza humana.
Lo matizó Curzio al decir que más de medio mundo es una masa putrefacta, el cadáver descompuesto de una madre muerta que en vida fuera cruel, desalmada y pérfida.
Cuando el autor de “Kaputt” – lucha, combate, deshecho, roto- era un muerto frío llevado por los caminos solitarios de las hondonadas florentinas como arpas de hierba al encuentro de su tumba en Prato en un furgón funerario, también se enterraba con él la carne muerta del cadáver materno, la sangre cuajada corriendo como la lava del Vesubio entre las cercanas calles de Nápoles,
Un cuarto de siglo después Oriana, igual al niño no nacido y soterrado en las entrañas de su madre mamando sin cesar la sangre, se debatía en la polémica cuando era apenas un propósito de periodista en las calles de Roma.
Más tarde siguió los pasos de Malaparte con reportajes inclementes, entrevistas que levantaron escozor, mientras, tras publicar “La rabia y el orgullo”, escrito al calor de los atentados del 11 de septiembre, la autora florentina regresó con “La fuerza de la razón”, otro alegato frente al fundamentalismo islámico y la pasividad con que, a su juicio, se asiste a su estrategia expansionista desde Occidente.
Uno sentía en esos dos libros un auténtico terremoto moral. En cada uno de ellos reflexionaba, al hilo de su vivencia personal, sobre los ataques del espeluznante “Martes Negro”, el día aciago en que el mundo cambió y con él todos nosotros.
La Fallaci, ya enferma – pronto entregaría su cuerpo a la tierra - decía con despiadado sentimiento y de profundo talante emocional: “... detrás de nuestra civilización están Homero, Sócrates, Platón, Aristóteles y Fidias, entre otros muchos. Está la antigua Grecia con su Partenón y su descubrimiento de la Democracia. Está la antigua Roma con su grandeza, sus leyes y su concepción de la Ley.”
Había en ella el llamado “síndrome andalusí”, con el que desde hace años analistas tratan de escudriñar las causas que propician la expansión del islamismo, el cual ha ido ganando terreno al verdadero Islam, convirtiéndose en fundamentalismo brutal. No es fútil decir por tanto que la lucha entre civilizaciones se halla más cerca que nunca.
Vivimos hoy, igual que ayer, un momento paranoico, o acaso la reencarnación del “Viejo de la Montaña”, ese Hassan Ibn Saba que en la atrincherada ciudadela de Alamut del norte de Irán, siendo jefe de una secta caracterizada por el fanatismo, libró una guerra contra los turcos, al intentar éstos imponer a los árabes la doctrina sunita profesada por los califatos de Bagdad.
Hassan, sin poseer ejército regular, ni tierras, ni apoyos en la corte de Irán, sembrará en ese imperio, en menos de un año, polvo y desasosiego, sangre y terror.
Él tenía un secreto que, bien manejado, se convertiría en poder: estudió todas las doctrinas, cada una de las religiones, y supo cómo las mueve un solo resorte: el premio gozoso inundado de placer libidinoso si se muere por la fe.
El añejo místico embriaga con vino y hachis a sus fieles fedayines, les abre las puertas de su harén poblado por las criaturas más bellas, y les hace saborear por anticipado los gozos reservados a los valientes en los jardines de Alá.
Exaltados, esos esbirros parten felices a asesinar – y así serían llamados “hashashins”, asesinos - a los poderosos del mundo conocido para mayor gloria de su amo, y aunque les fuera en ello la vida, están seguros de conquistar el Paraíso.
Lo vivido actualmente con los yihadistas del IS, el bárbaro Estado Islámico - decapitando a periodistas, mujeres, niños y soldados capturados como si fueran ganado – y cuyo anhelo es hacer un Califato Musulmán que impere en todo el mundo, no es nuevo en la historia islámica; lo es, sí, la forma feroz, sanguinaria, fanática llevando esa “guerra santa” inundada en sangre sin respetar ninguna de las sagradas suras que imperan en la religión fundada por el profeta Mahoma.
No estamos ante una conflagración más, al ser esta espantosa lucha un enfrentamiento sin reglas morales entre la barbarie y la civilización.