Como a la vuelta de la esquina tenemos el inicio de un nuevo curso escolar y ya en la capital, os voy contar como la descubrí. Los primeros recuerdos que tengo sobre la ciudad de Oviedo, me hacen retornar a finales de los años sesenta. Salí en el ferrocarril de mi pueblo natal de Moreda de Aller a las 6,30 de la mañana, por aquel entonces el viaje era toda una aventura, en recorrer los 33 Kms. que nos separaba de la misma, casi 2 horas. Eran aquellas vetustas locomotoras que había que echar no solo carbón sino cientos de litros de agua para que aquel monstruo de hierro pudiera ponerse en marcha. Los vagones de madera incómodos, las ventanillas a cal y canto. Osar sacar la cabeza por ellas y no tiznarse del hollín que desprendía aquellas viejas chimeneas era todo un milagro.
Debía estar en el Instituto Alfonso II a las nueve para hacer el examen de ingreso del bachillerato que era el motivo de aquel virginal viaje. Me acompañaba mi querido tío Cholo (+) como niñera. Ironías de la vida, acababa de estrenar mis primeros diez años y el tres más. A los niños de hoy, sus mamás los llevan de la mano hasta el bus escolar, aunque éste tenga la parada en el mismo portal, sin comentarios.
El examen lo saqué con un notable, ante aquel tribunal, dónde además de las pruebas escritas, habías de sortear una batería de preguntas orales y con una vara señalar los ríos y comarcas sobre aquellos mapas geográficos físicos, toda una experiencia.
Después atravesamos el parque de San Francisco, compramos un par de barquillos y nos acercamos hasta la jaula donde estaban cautivos los osos Petra y Perico, todo un icono de la ciudad.
No conservo mas detalles precisos sobre aquel día del mes de junio, salvo que tanto a la ida como de regreso, lo pase fatal con el mareo que producía aquel vaivén del tren.
Aquellos dos "guajes" con la mayoría de edad, íbamos compartir piso de estudiantes frente a la Plaza de Toros, junto a otros tres chavales de Moreda, como: Javier "el fiu Pachu", Paco, el de Jovino "el taxista" y Santiago Rivas. Pero esto ya es parte de otra historia y de un libro inacabado.
Debo decir y lo hago públicamente que de no nacer en mi querido Concejo de Aller, la ciudad de Oviedo hubiera sido una buena candidata para ver la luz primera.
La vetusta ciudad me encandiló desde aquel lejano día, aún fresco en la memoria. Retazos de una vida llena de recuerdos inolvidables.