Asustan, a todos los que todavía nos funciona el mecanismo del miedo, las noticias con las que nos bombardean los medios de comunicación. Son noticias tan terribles que te hacen desear que descubran pronto un planeta habitable y una nave lo suficientemente poderosa para llevarte hasta él y de este modo verte libre de chorizos, se ladrones, de asesinos, de corruptos, de drogadictos, de explotadores, de violadores, de embaucadores… y no sigo porque se me están cansando los dedos con los que aporreo el viejo teclado con varias letras borradas por los continuos golpetazos que les doy, y que está hermanado con mi no menos antiguo ordenador..
Si me preguntase una persona honrada, bondadosa, compasiva y tan preocupada como yo, a cuál o cuáles de todo lo enumerado anteriormente le temo más, lo único que podría contestarle es: que los temo a todos, cada uno de ellos por diferentes razones.
¡Lechuga! Con lo bonito y justo que sería vivir en un mundo en el que cada uno de sus habitantes pudiera saciar su hambre, tener un techo donde cobijarse, tener un puñado de leña para calentarse cuando hacer frío y un abanico para darse un poco de aire cuando aprieta el calor.
Únicamente reclamo esto, porque todo lo demás sería lujo, y el lujo no es una de las necesidades primarias de los humanos que habiendo nacido pobres se conforman con seguir siéndolo porque reconocen su incapacidad para enriquecerse ejerciendo la desmedida codicia o la cruel capacidad de explotar a los demás.
Mi familia, a menudo, me dice que algunos días amanezco vestido con el maravilloso traje de la utopía. Bueno, pues eso.