Practico L'eau de cu, siempre que mis ocupaciones insoslayables me lo permiten. L'eau de cu es una expresión que acuñé en el transcurso de la investigación del Derecho Consuetudinario Asturiano para contraponer el contenido de los trabajos desarrollados hasta entonces, sin duda valiosos, pero sin apoyo en la realidad, y la solidez de la Compilación, sustentada sobre el trabajo de campo, sobre L'eau de cu, esto es, sobre el aroma de cuadra, en su traducción pedestre.
Pues bien, la semana pasada, en el transcurso de una de esas prácticas en la zona de Cudillero, tuve la oportunidad de conocer a una Señora maravillosa, inteligente, seria, con gran sentido de la realidad y un conocimiento muy profundo de la realidad política de nuestro país.
No es frecuente que así ocurra y, por tanto, había que aprovechar la ocasión.
Tras hacer algún repaso por las figuras del Derecho Consuetudinario vigentes en la zona, centramos nuestra atención en el tema político.
Prescindiendo de otras cuestiones también importantes, la Señora (así me referiré a ella para preservar su identidad) contraponía la forma de hacer política en la actualidad, con la que recordaba que le contaba su padre, preñada de grandes oradores cuyos discursos, siempre pronunciados de viva voz, inflamaban el ánimo, enardecían a la masa, eran discursos cargados de retórica en el buen sentido de la palabra, de elocuencia que conmovían y, a la vez, convencían.
Citaba entre los más recordados a Niceto Alcalá Zamora y a Manuel Azaña, de los que su padre alababa la alta calidad de sus discursos, su inagotable abundancia verbal, su sobriedad y su resistencia.
No tengo ni la edad ni el recuerdo de que mi padre me hablara de los políticos de la época, quizá porque le tocó vivir en plena dictadura, pero sí tuve la fortuna de leer el libro de Luis María Cazorla, "La oratoria parlamentaria" que, precisamente, hace un repaso histórico de esta cuestión con especial atención a la época referida por la Señora y de cuyo título me he apropiado para este artículo.
Digamos por delante que los políticos de hoy están muy desprestigiados por los casos de corrupción que con más frecuencia de la deseada salen a la luz, pero dejemos claro que la inmensa mayoría de la clase política supera con creces el más estricto test de honradez, por más que, en ocasiones, los medios traten como casos de corrupción actuaciones y conductas que no lo son, olvidando que al margen de lo penalmente responsable hay un amplio campo en el que el ciudadano, y también el político, puede desarrollar su vida sin merecer reproche alguno. En todo caso hay que tener presente que, como afirman los clásicos, el poder no corrompe, desenmascara, y que la corrupción es el término de una sucesión de compromisos.
Volviendo al tema, es posible que el ciudadano, y sobre todo el de una cierta edad que conoció a los grandes oradores del siglo XX e incluso a los grandes políticos de los albores de la democracia, pueda pensar que se ha perdido calidad.
Si ésa fuera la opinión, tendríamos que decir inmediatamente, que no se ajusta a la realdad.
No hay pérdida de calidad sino cambio en el modo de hacer política.
Como dicen algunos analistas, antes al Parlamento se iba a hablar, hoy se va a trabajar.
En el parlamentarismo anterior a la dictadura, la actividad del parlamentario era el debate como antesala de la decisión. Se debatía para convencer. Hoy el voto ya está decidido previamente. El protagonista de la vida parlamentaria no es el parlamentario, sino el Grupo Parlamentario, de tal manera que antes de cualquier votación, salvo casos aislados, se puede saber el resultado final por la opinión manifestada previamente por el Grupo.
De ahí que el discurso no necesite ser florido ni el orador esté obligado a ser persuasivo para convencer a sus oponentes de las bondades de su propuesta. El orador no habla para la Cámara, para quien habla es para el ciudadano a través de los medios de comunicación, y sólo a los efectos de justificar y motivar sus decisiones.
No se ha perdido calidad, ha cambiado el destinatario del discurso. Incluso, en ocasiones, conviene que ese discurso sea llano, natural elemental, directo, sin afeites, ¿qué falta les hace a los desfavorecidos? Su situación les permite conectar de manera espontánea e inmediata con el discurso de quien les promete soluciones inmediatas contra el explotador.
La desaparición (hasta ahora) de los enfrentamientos ideológicos radicales, también ha contribuido. La sociedad hoy es más homogénea y se tratan de evitar diferencias insalvables. Se tiende al pacto en las grandes cuestiones de Estado. No sabemos lo que deparará el futuro si irrumpen en el Parlamento partidos con una fuerte ideología.
Es por tanto injusto achacar a las personas una hipotética pérdida de calidad del discurso parlamentario. Es como si hiciéramos responsables a los arquitectos de la simplicidad de los actuales edificios. Han cambiado las formas y las necesidades.
No envidio la profesión de político, resulta extremadamente exigente y estresante. No cabe apelar a aquella manida frase "están ahí porque quieren", también lo está el albañil, nadie le obliga.
Ya lo decía Edward Kennedy: "En la política es como en las matemáticas: todo lo que no es totalmente correcto, está mal".
Por tanto, Señora, comprensión y reflexión. Como decía Churchill: "La democracia es el peor de los regímenes, excluidos todos los demás".