He emprendido esta vacación con el entusiasmo y las ganas que dan un largo año de trabajo y también de lucha por los propios intereses, continuamente acosados y saqueados por los gobiernos. (Sí, en plural) Procurando no ojear ni un periódico, ni un telediario, ni la más simple hoja parroquial. Aunque lo que se pretende no es siempre lo que al final ocurre. Al regreso se da uno cuenta de que poco o nada ha cambiado. Desde el Gobierno sigue el acoso y derribo a los derechos de los ciudadanos con la tradicional alevosía veraniega y desde la oposición nada que destacar con respecto al tiempo anterior. Ni una voz firme. Tal vez una empuje inusitado, pero nimio, acuciados como están por su propia descomposición interna, y la sombra, para ellos tenebrosa de las nuevas fuerzas políticas que les azuzan con el apoyo de una buena parte de la población. En fin. Que todo sigue, más o menos igual.
Pero, no quería hablar de política, sino de las experiencias del viaje. Desde hace unos años viajo a Extremadura y cada año quedo más prendado de esa tierra y de sus gentes. (Claro que el trato que te dispensan en vacaciones no suele ser el mismo que si cotidiano fuera) Pero no deja de asombrarme el buen hacer que, en lo que al turismo se refiere, dispensan sus gentes. Me merecen el más encendido de los elogios y un respeto profundo por su dedicación y abnegación y, sobre todo por su incansable interés en que todo funcione con la máxima perfección posible.
Un aspecto que tampoco deja de sorprenderme es el cuidado del entorno y el aprovechamiento de los recursos naturales de la tierra. Así, veo el por todos conocido lucro que de las cerezas del Valle del Jerte, (en expansión a otras zonas de Extremadura), extraen con sabiduría. Este es el más conocido. Pero, año tras año, se ven explotaciones programadas e industrializadas de castaños, olivos, encinas, y toda clase de “frutos del campo”, que luego saboreamos en la mesa, amén de otras utilidades prácticas y rentables.
No queda más remedio que establecer comparaciones. Mi “pequeño” Concejo de Aller, por poner un ejemplo. En el Concejo de Aller hay todo tipo de bosques y árboles cuyos frutos no son aprovechados para nada, salvo para algún consumo doméstico y aun así, en ascendente decadencia. Inmensos castañeros de los que no se aprovecha ni la madera ni el fruto. Las castañas que ustedes compran en el Campo de San Francisco en el fresco otoño, posiblemente sean importadas de tierras andaluzas, castellanas, extremeñas o catalanas, mientras nuestro producto se pudre en el suelo de los montes para provecho único de los jabalíes.
Es oportuno señalar que hasta hace unos años existían pequeños castañeros “propiedad” de las gentes, que el Principado o “los amos del valle” expropiaron de un modo singular, parece ser que con el objeto de salvar los castañeros, (enfermos desde hace muchísimos años) y los castaños. Ni lo uno, ni lo otro. Los castaños se pudren y el consumo particular, nunca comercial, al que se dedicaban las castañas ha desaparecido. Para qué hablar de consumo industrial. Lo mismo ocurre con el aprovechamiento selectivo de la madera; los cerezales, las nueces, los arándanos...
Imposible cultivar algo cuyo proceso está entorpecido por las trabas burocráticas y el deseo de convertir este concejo, (entre otros), en la reserva natural de Europa, para gozo y disfrute de jabalíes y venados; osos y lobos; rebecos corzos y urogallos. Así, estas trabas han propiciado el abandono de los mayaos a donde los vaqueros, (no dudo en llamarlos trashumantes), trasladaban todos sus animales y enseres para aprovechar los pastos y (entonces sí), la madera, manteniendo vivos poblados hoy destrozados por las inclemencias y por la desidia administrativa. (Un recurso turístico menos en estos tiempos en que el turismo es el reclamo)
Los accesos a los montes, (y en consecuencia su explotación) están vetados: no se puede hacer una pista forestal por donde haya cagarutas de urogallo, ni huellas de osos… Vamos bien. Mientras tanto el Concejo de Aller se vacía de gente que tiene que migrar porque no hay recursos naturales, (léase la mina). Una bonita manera de fijar población. Y un total desconocimiento de lo que tenemos en casa.
Cierto es que en el Concejo existe una aculturación comercial. Pero también es cierto que eso, se remedia con la enseñanza. No basta con buscar subvenciones, (que no me cabe la menor duda de que puedan ser útiles), hay que saber a qué se aplican y el campo y el monte serían un buen destino que desde el Ayuntamiento y el Principado se olvidan. ¿Deliberadamente? ¿Pura ignorancia?