En cierta ocasión a un señor llamado Don Honorable se le escuchó decir: “Los políticos debemos tener bolsillos de cristal”. Según las malas lenguas este político podía decir esto porque lo sucio en su patrimonio lo tenía a buen recaudo donde él creía que nadie podía verlo ni descubrirlo. Pero, ¡ay, Señor, Señor!, corremos tiempos incómodos, inseguros, peligrosos para los que esconden lo que honestamente no deberían tener.
Por favor les pido, que Don Honorable, familiares, socios, simpatizantes y encubridores de herencias secretas, viajes a Andorra y viajes a Suiza, no se alarmen, no se asusten, no se inquieten y no se preocupen. Lo que importa de verdad es lo que trincan otros, “los malos”, no lo que trincan ellos, “los buenos”.
Y es que Don Honorable y todos los que pertenecen a su mismo club son buenos católicos, se confesarán, y a otra cosa, mariposa.
Yo los comparo a un conocido mío, “esposo y padre ejemplar”, que cada vez que se va a un club de alterne y comete lo que condena como pecado la religión que él profesa, dice:
—Quizás para algunos estrechos de miras yo hago mal, pero yo sé muy bien lo que me hago. Procuraré no correr ningún riesgo de muerte hoy, y mañana, como soy un buen creyente, me confesaré y quedaré tan limpio de culpa como un bebé recién nacido que lo haya hecho libre incluso del pecado venial.