Las declaraciones hecha por el alcalde de Bogotá, Gustavo Petro a la prensa nacional, en las cuales afirma que en la actual administración roban por los laditos, me hace recordar una de las famosas frases del entonces presidente Julio César Turbay, quien dijo en su momento que realizaría una especie de cruzada para poner la corrupción en sus justas proporciones.
Y es que es demasiado triste que uno de los presuntos ‘adalides’ de la lucha contra la corrupción, que en su momento, cuando era un juicioso congresista ayudó a denunciar el plan criminal del cartel de la contratación en Bogotá, baje los brazos y acepte que en efecto, el monstruo de la corrupción ha ganado la batalla contra el Estado y la sociedad, sin que hasta la fecha se haya hecho algo realmente serio por combatirlo.
Pero, más allá de las cifras que siempre se dan en los múltiples estudios y balances que se hacen desde diferentes orillas para dar a conocer el panorama de la corrupción en el país, no ha habido la suficiente voluntad política para contrarrestar, con éxito, este flagelo, que cada día consume con más fuerza los estamentos, tanto del Estado, como de la empresa privada.
Porque, hay que decirlo, la corrupción es una de esas actividades que no privilegia clases social o género. Se vive, tanto en el sector público, como en el privado, donde los particulares, en muchos casos, son quienes proponen hacer las cosas por el camino fácil, por el camino torcido.
Si no, que lo digan los Nule, un grupo empresarial que tuvo como base de su éxito al tío corrupción, para llegar a la cima del poder financiero. Un castillo de naipes que se desplomó cuando, a una de las cartas, le jugaron sucio y decidió hablar (o ‘sapiar’ como se dice en el lenguaje callejero).
Porque, muchos de los casos de corrupción que salen a la luz, se conocen debido a que uno de los protagonistas fue traicionado por sus secuaces, más no porque las autoridades actúen de forma contundente para aclarar lo sucedido.
Y pese a que existen organismos de control como la Procuraduría, la Contraloría, la Fiscalía, la Contaduría, y otras ‘ías’ que ponen sus ojos en la contratación pública, el corrupto se sigue paseando incólume por las oficinas estatales y privadas, como Pedro por su casa, para untar, como se señala claramente en la propaganda del Ministerio Público, a la contraparte, porque para corromper se necesitan dos, como en el baile y en el cohecho.
Por tanto, dicen los expertos, no solo hay que fortalecer el garrote contra la corrupción, también es clave formar a las nuevas generaciones con valores más férreos para que puedan enfrentar estas tentaciones con más voluntad y contundencia.
Sin embargo, a la corrupción hay que combatirla mejorando la equidad en la sociedad. Porque, cuando el funcionario o el trabajador tienen un salario digno y sus necesidades están cubiertas, es menor el riesgo de que sucumban a los cantos sirena de los corruptos.
Por ahora, seguiremos viendo cada día cómo se desfalca al Estado, por sus propios ‘hijos’, así como por los particulares, porque la corrupción es el flagelo más democrático y dinámico del mundo.