Si formuláramos las preguntas sin matizar su significado, al ciudadano normal le bastaría un monosílabo para contestar: ambas.
Pero las preguntas, aunque pueden parecer redundantes, no lo son.
La regeneración es, según el Diccionario de la RAE “reconstrucción que hace un organismo vivo por sí mismo de sus partes perdidas o dañadas”, mientras que, según la misma fuente, renovación, como acción y efecto de renovar es, a los efectos que aquí interesan, “sustituir una cosa vieja, o que ya ha servido, por otra nueva de la misma clase” o “dar nueva energía a algo, transformarlo”.
Por lo que se lee y escucha en los medios de comunicación, parece que la opinión ciudadana y algunos partidos, influenciados quizá por el fenómeno “Podemos”, son partidarios de la renovación política, fieles a aquella máxima de Winston Churchill de que “La alternancia fecunda el suelo de la democracia”, y nos estamos refiriendo no a la alternancia en el poder, sino a la alternancia de las personas que ostentan el poder, sea del Gobierno o de los partidos.
Decía Mario Benedetti que “Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto cambiaron todas las preguntas”, y eso parte del fenómeno que se está incubando en estos momentos. El ciudadano no pide cambios en la economía, en la sanidad, en los impuestos, que también, sino que pide, y muy tenazmente, cambio de personas.
De poco le va a servir al partido del Gobierno para enfrentarse a las elecciones ofrecer los buenos resultados de su gestión, que los tendrá. Necesitará cambiar a los actores principales porque ya están muy vistos. Si no lo hace, se lo comerán crudo los partidos emergentes que, como decía Chesterton, “No quieren hacer una revolución para tener la democracia, sino utilizar la democracia para hacer una revolución”.
No debieran hacer buena los partidos que se renueven y que, por tanto, tienen muchas posibilidades de éxito, aquella frase de Tierno Galván “Los políticos son como los cines de barrio, primero te hacen entrar y después te cambian el programa”, coincidente con aquella otra de John Galsworthy “Sólo hay una regla para todos los políticos: no digas en el poder lo que decías en la oposición”.
En todo caso, no estaría de más recordar a Montesquieu y tener muy presente que “La democracia debe guardarse de dos excesos: el espíritu de la desigualdad que la conduce a la aristocracia, y el espíritu de igualdad extrema, que la conduce al despotismo”.
La política debe renovarse. Hay políticos que llevan en política más de cuarenta años y la sociedad sigue preguntándose sobre qué papel estuvieron desempeñando durante tantos años que no fuera cobrar del presupuesto público -¿por qué los políticos no tienen edad de jubilación?. La política es, sin duda, una tentación comprensible, porque es un modo de vivir con una cierta felicidad. Pero todos debemos tener fecha de caducidad. Como también decía el clásico, “Los políticos como los pañales, deben cambiarse cada poco y por las mismas razones”.
Hoy se pretende hacer política de otra manera, huyendo de tópicos, yendo directamente al grano, solucionando los problemas de la ciudadanía con eficacia, con prontitud, sin rodeos. Haciendo posible lo imposible. Y para eso hace falta otra mentalidad, otra forma de gestionar la cosa pública.
De otro modo, tendrá plena vigencia la afirmación de Groucho Marx “La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”.