Muy pocos españoles y, quizá, menos europeos, por paradójico que pueda parecer, desconocen la existencia de Benidorm. Por ello, resulta obvio decir que se trata de una ciudad costera situada en la provincia de Alicante, cuyo economía se sostiene y crece gracias al turismo.
Lo primero que llama la atención es el nombre. No son habituales en el idioma español dos consonantes consecutivas. De todas las teorías elaboradas para explicar su origen, me quedo con la menos científica pero más atractiva: Ben (bien) y Dorm (dormir), con lo cual Benidorm sería equivalente a dormir bien.
Es una teoría que choca frontalmente con la realidad: la ciudad tiene una vida nocturna muy intensa y ruidosa que la asemeja a una ciudad sin ley -doy fe de ello- pero es muy romántica.
Mi familia y yo somos asiduos de Benidorm desde hace cuarenta años y la hemos visto crecer verano a verano, sin prisa (en el mediterráneo las cosas se hacen más lentas que en el norte), pero sin pausa. Hemos probado otros destinos, pero siempre simultaneándolos con Benidorm, a donde, inexorablemente, hemos vuelto.
Se dice de Benidorm que es la Nueva York del mediterráneo y no les falta razón a quienes así lo patrocinan. Es la ciudad con más rascacielos de España, la ciudad con más rascacielos por habitante del mundo y la ciudad con más rascacielos por metro cuadrado del mundo, tras Nueva York.
Además es la tercera ciudad con más plazas hoteleras de España, tras Madrid y Barcelona.
Su población fija es de unos 73.000 habitantes y la flotante llega a alcanzar los 400.000.
Sobre Benidorm pesa una leyenda negra que lastra la percepción que sobre ella tienen un elevado porcentaje de españoles y, aunque menos, muchos extranjeros. Se la identifica con la idea de masificación, sobreconstrucción, destino de la tercera edad, turismo barato.
Puede ser cierto, pero tales afirmaciones también se pueden predicar de Copacabana, por ejemplo, añadiendo, además, la inseguridad, y la imagen que proyecta la playa brasileña es más atractiva.
A Benidorm hay que “catarla”, conocerla, sumergirse en ella. Quien lo hace, incuba adición.
Benidorm tiene las mejores playas del mundo (las más destacadas, Levante y Poniente), equiparables, cuando no superiores, a las de la mencionada Copacaba, en Brasil o Waikiki, en Hawai, y podría conformar con ellas el triángulo mediterráneo, atlántico, pacífico, como mejores destinos turísticos del planeta.
Su ayuntamiento es consciente de esta realidad y sus playas son sometidas a diario a un lifting minucioso y concienzudo que las hacen aparecer cada mañana jóvenes y lozanas a pesar del uso intensivo de que son objeto cada día.
Pero no todo es maravilloso en Benidorm. Como a todo elemento vivo – Benidorm lo es-, le sobra y le falta algo.
Le sobran los trileros que cada noche afean con su presencia el paseo de la playa de Levante.
Todo el mundo tiene derecho a ganarse la vida, qué duda cabe. Pero no de cualquier manera. Ciertamente, los que entran al trapo son equiparables a los propios trileros y de su misma condición. Pero es un problema de imagen. Seguimos anclados en la vieja idea de los años setenta de intentar engañar a quien nos visita.
A veces se producen redadas, pero son también muy dañinas para la imagen que se debería proyectar: tumultos, carreras, sensación de inseguridad...
Si existiera verdadero interés en acabar con esta reminiscencia del pasado más oscuro, bastaría que policías de paisano recorrieran el paseo. Todo lo demás son fuegos artificiales sin pólvora.
Los gestores públicos que, a sabiendas, permiten que los visitantes de su ciudad (de los que viven) sean estafados impunemente, son malos gestores.
¿Qué le falta? Cuidado y atención a las aceras, por citar lo más evidente. Son susceptibles de mejora infinidad de cosas, limpieza, terrazas, ruidos...
Los paseos de las playas, impecables, pero basta transitar por las calles paralelas para percibir el abandono, el descuido y la dejadez. No hay una baldosa en su sitio, con la consiguiente incomodidad, cuando no riesgo, para las personas en general, y para quienes utilizan las sillas de ruedas en particular, que en esta ciudad son cada vez más abundantes, sea por problemas físicos, sea por confort y/o comodidad.
En tanto el Ayuntamiento no se ponga manos a la obra (nunca mejor dicho), Benidorm perderá en percepción, por más que su realidad sea bien distinta.
Parafraseando a Unamuno cuando concretaba su opinión sobre Machado: “Benidorm es la ciudad más descuidada de cuerpo y más limpia de alma que conozco”.