Es tan cierto como la de la luz del día: los seres humanos van y vienen, pero el planeta permanece. Desaparecerá dentro de unos cinco mil millones de años, cuando el sol se convierta en una estrella enana blanca si antes no se autodestruye, pero en ese tiempo no habrá ni un rastrojo sobre la faz de la tierra.
Quizás, con suerte, nuestros descendientes habiten en otra galaxia, y la vida tal como la conocemos estará formada por microprocesadores conectados directamente con el cerebro. ¿Habrá amor, molestias y lágrimas? No es certero. Será una sociedad reducida a números, y el individualismo, totalmente aniquilado.
Deberíamos leer nuevamente a Orwell y Huxley para comprender los brotes virales que nos asolan, procedentes de la gripe porcina u otras mutaciones desconocidas.
El planeta azul es frágil ante las pandemias y estas han diezmado de forma alarmante a poblaciones enteras. Recordemos de pasada la “peste negra” en el medioevo, pero más cerca la llamada “Gripe española” aunque brotó en Estados Unidos en 1918 recién finalizada la I Guerra Mundial. Dejó miles de muertos.
Dice la mitología que cuando Pandora abrió la caja prohibida, todas las calamidades se esparcieron por el mundo. No obstante, cercano al cofre del dolor, permaneció la esperanza que, en el caso de las enfermedades, son todo tipo de curas: sueros, vacunas y drogas.
A lo largo de los lapsos humanos han existido epidemias desastrosas, pero las que han recaudado mayor cantidad de vidas han sido: paludismo, viruela, cólera, tifus, fiebre tifoidea, tuberculosis, peste bubónica, fiebre amarilla, ahora el ébola y el Sida.
En caso concreto del Ébola, la Organización Mundial de la Salud ha decidido aumentar el nivel de alerta sanitaria en diversos países de África.
Para determinar el nivel de gravedad, se basa en varios criterios: enfermedad desconocida; un potencial de propagación capaz de traspasar fronteras; puede producir altas tasas de contagio e incluso de mortalidad; ser capaz de cambiar los viajes internacionales y el comercio mundial, y que se haya originado de forma accidental o deliberada.
La gripe porcina no había dado demasiados quebraderos de cabeza a los humanos, al ser un virus como la mayoría de los de la gripe corriente: muy contagioso, pero no mortal si es tratado a tiempo.
Distinto es, como en el caso actual, la neumonía asiática, gérmenes que tienen una agresividad terrible y, a cuenta de los rápidos transportes existentes, pueden llegar en horas al lugar más lejano del planeta.
El terror actual es el Ébola. Todos le temen. Vemos con pesadumbre como algunos españoles que vienen haciendo trabajo de solidaridad en las naciones africanas están sufriendo el mortal estrago.
Es casi seguro que los laboratorios conseguirán una vacuna que ataje de raíz el Ébola – en Estados Unidos hay claras esperanzas - , pero mientras eso sucede, es necesario tomar las precauciones posibles, entre ellas, cerrar las fronteras de países enteros, y ayudar con todos los medios a esas naciones que padecen el peligrosísimo mal.