El olvidado #Tibet

Esto decía Ibn Arabi de Murcia:Hubo un tiempo en el que yo rechazaba a mi prójimo si su religión no era como la mía. Pero ahora mi corazón es capaz de asumir todas las formas: es pasto para las gacelas, monasterio para el monje, templo para los ídolos. La Cava del peregrino, las tablas de la Torah y el Libro del Corán”.

Bajo esa apreciación, la pasada noche viendo, entre aforismos Sufí y “La túnica azafrán”, me abro a una región misteriosa y apasionante: el Tibet.

 

 En los monasterios de Potala, entre hierbas y cometas, dentro de las lamaserías o penetrando en la Valla de la Rosa Silvestre, los budistas buscan, inquebrantablemente,  las enseñanzas dejadas sobre la tierra por el príncipe hindú Siddaharta Shakyamuni, llamado Buda (El iluminado), cuya doctrina, cálida y comprensiva, es observada con respeto al ser esa enseñanza una filosofía de vida.

 

 Sus preceptos éticos  han tenido, en la rama desarrollada en las montañas del Tíbet, uno de los más sólidos  aposentos, hasta que hace el 7 de octubre de 1950 el país fue asociado a China.

 

 Beijing lleva años intentando que Occidente ignore al Tibet, y a veces lo consigue. Para China es una espina clavada en lo profundo de su orgullo nacionalista,  reaccionando con ira si alguna nación recibe oficialmente al  Dalai Lama.

 

Pekín llama al Lama “terrorista”, algo sin sentido, ya que él no usa armas, sino palabras diáfanas repletas de sabiduría.

 

 A cada instante nos presenta las calamidades sobrellevadas por su pueblo, recordando una de  las cuatro Nobles Verdades de Buda, aquélla dedicada al sufrimiento: “Nacer es sufrir, envejecer es sufrir, la enfermedad es sufrir y la muerte es sufrir, pena y lamentación; el dolor, la aflicción y desesperación son sufrimiento; la asociación con lo odiado es sufrimiento, la separación del amado es sufrimiento, no conseguir lo que se desea es sufrimiento...”

 

 Y ese hombre  que camina los senderos de la tierra enseñando la existencia de un país al que una mañana, hace más de medio siglo, el militarismo de Mao destruyó con saña.

 

 El Lama sufre la pérdida de su patria y la trashumancia del pueblo tibetano. Aún así, no se exacerba, espera que el karma universal - la fuerza de la justicia - termine imponiéndose sobre los elementos cósmicos de sus creencias ancestrales. 

 

 En mayo de 1951, bajo presión, se le obligó  a firmar un acuerdo con el régimen  comunista y reconocer la anexión del Tíbet a China. Lo hizo  bajo el deseo de impedir un genocidio cultural y étnico de la población tibetana que ha sido denunciado sin descanso desde su exilio en la ciudad india de Darhamsala, a la que  huyó a pie a través de la cordillera del Himalaya en 1959.

 

 Si alguien desea conocer el Tibet, debería acercase a las páginas de  “El tercer ojo”. Sobre su autor, T. Lobsang Rampa, hay muchas opiniones. Nadie sabe exactamente quién es, y aún  así, que no hay duda es de su profundo conocimiento de aquel país entrelazado en la cresta del mundo.

 

 Los especialistas creen que el libro es una auténtica biografía de un lama tibetano; si así  no fuera, estaríamos ante uno de los engaños más fingidos dentro de la creación literaria.

 

 Lobsang advierte: “Es muy posible que algunas de mis afirmaciones no sean creídas. Están en su derecho de creer y no creer, pero no olviden  que el Tibet es un país desconocido para el resto del mundo”.

 



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