(Ciencia-ficción)
Desde que a los cuatro años, en un descuido de mis padres me subí a un tren que no era el que nosotros esperábamos y les di a esas dos queridísimas personas mías un susto de muerte, he procurado viajar cuanto he podido.
Al principio, falto de dinero, viajé como polizón. Después fui subiendo de categoría económica y pude hacerlo en calidad de mochilero. Y finalmente cuando por la edad sumada se me acabó la cuerda de trotamundos aventurero, lo hice por medio de alguna agencia de viajes.
En este continuo deambular por el mundo he podido admirar extraordinarias obras arquitectónicas y artísticas salidas del talento de auténticos genios muchos de los cuales jamás conocemos sus nombres para poder ensalzarlos y admirarlos como merecen.
Y sobre todo he tenido la oportunidad de maravillarme con las extraordinarias obras creadas por la naturaleza a lo largo de periodos de sus muchos millones de años de continuada e inigualable constancia y genialidad creadora, cuando el mundo todavía ni soñaba siquiera que nacería, para su ruina, un malvado destructor que se llamaría hombre.
Bien, si todo lo anterior fue para mí motivo de asombro, queda en nada si lo comparo con el asombro que me produce la ceguera de tanta gente que no ve, no ha visto y no quiere ver todas las falacias, todas las mentiras, todas las falsas promesas, todos los robos, que políticos de todos los signos llevan cometidos y a los que, sin embargo, siguen votando. Y la terrible pregunta que me hago es (y Dios me perdone por mal pensado): ¿Los votan porque de estar ellos, esos votantes fieles y perdonadores, en el mismo lugar que esos políticos corruptos obrarían de igual modo al que obran ellos?