Temerosa, me dijiste, cuando te hablé de mis sentimientos a la orilla del río, que habías escuchado decir a hombres muy sabios, que el amor, por inmenso que sea, con el paso del tiempo, muere. Y yo te dije: “No te preocupes. No les hagas caso, mi vida. Eso no nos sucederá a nosotros. Yo conseguiré para el amor nuestro un prodigio: ¡detenerlo! ¡Detener el tiempo! Y me creíste cuando arrojé al agua tu reloj y el mío.