Un día del mes pasado me detuve a saludar a mi tío Octavio que estaba haciendo cola delante de la oficina del INEM. Le pregunté por su mujer y por su hijo.
—Ella se ha ido a buscar caracoles, porque otra cosa no tenemos para comer hoy. Y el niño en el cole pidiendo chicles a sus compañeros, para darle algo que hacer a sus muelas. Como en casa no tenemos nada que llevarnos a la boca.
Su cara mostraba la angustia y la desesperanza de los que llevan mucho tiempo en el paro.
—Está jodida la cosa, ¿eh, Octavio?
—Pero jodida. Ayer mi niño le escribió una carta al presidente Obama.
—¡Vaya! —me sorprendí—. ¿Y qué quería de ese señor?
—¿Qué me dé un trabajo, aunque tengamos que irnos los tres a América, que malditas las ganas; ninguno hablamos inglés.
—¿Crees que te va a contestar ese importante señor?
—Veremos si le llega la carta. Como no tenemos dinero se la envié sin sello.
De pronto mi tío Octavio rompió a llorar.
—¿Lloras por si no llega esa carta a su destino? —quise saber.
—Lloro porque mi hijo confía ya más en un extraño, que en mí.
No encontrando palabras que pudieran consolarle, le entregué mi pañuelo y le dije que se lo quedara, que yo tenía otro. Él lo inauguró sonándose con ruido de trompeta verbenera.
Mi tío no recibió respuesta del presidente de los Estados Unidos, y lo mismo les ocurrió a varios millones de peticionarios más, aunque la mayoría de ellos le enviaron sus peticiones con los correspondientes sellos. Y es que Ser Todopoderoso confiable, sólo el del cielo, y no son pocos los que dudan de su existencia.