Parece el título de una obra de teatro y, en realidad, tiene muchas similitudes.
Pocas veces en la historia judicial española se habrá desarrollado un procedimiento con una trama tan descorazonadora para el estado de derecho.
Según el fiscal Horrach, a quien a pesar de que la fiscalía esté jerárquicamente ordenada, le aprecio una gran objetividad y un gran sentido jurídico (sus escritos no tienen nada que ver en redacción y fundamentos con los del juez Castro), “acusa” a este último de “basarse en meras conjeturas para imputar a la Infanta”; “de criminalizar conductas inocuas desnaturalizando la Jurisdicción Penal”; “de convertir en sospechoso lo cotidiano”; “de calificar de evasiva la comparecencia de la Infanta por no decir lo que el Instructor quería oír”; “de construir un andamiaje probatorio con una falsa apariencia de solidez que una leve brisa desmorona”; “de formalizar una imputación incongruente” y sobre todo -y esto es para mí lo más grave- “de estar contaminado por los medios de comunicación” y de “haber relegado los parámetros de imparcialidad, objetividad y congruencia que deben presidir cualquier actuación judicial”.
Yo me pregunto: ¿cuántos servidores públicos resultarían directamente imputados si de sus actuaciones en un procedimiento administrativo se pudieran apreciar, no ya pruebas, sino meros indicios de haber incurrido en alguna de las conductas que el fiscal Horrach atribuye al juez Castro?
Las acusaciones que se derivan del recurso presentado por el fiscal Horrach encierran o suponen la sospecha de un presunto delito de prevaricación.
No estamos en presencia de una mera batalla dialéctica. Acusar a un juez de estar contaminado por los medios de comunicación y de falta de imparcialidad, objetividad y congruencia, supone una acusación gravísima que pone en solfa el estado de derecho.
Ciertamente, al juez Castro le tocó en suerte la instrucción de un caso de excepcional interés mediático que le puso en una situación de entablar con los medios una relación do ut des y, de alguna manera, explotó esa relevancia., quizá olvidando que se juzgaban hechos, no la personalidad de sus autores. ¿Qué juicio hubieran vertido los medios sobre el juez Castro si decide excluir del proceso a la Infanta? ¿Cuáles hubieran sido los titulares? ¡El juez Castro se arruga! ¡El juez Castro cede a la presión institucional! ¡El juez Castro, de héroe a villano!
Titulares todos ellos de difícil digestión, máxime para un juez que está a las puertas de la jubilación, por tanto, de finalizar su carrera y, por tanto, sin nada que perder y sí mucho que ganar, al menos en populachería.
El Consejo Consultivo de los jueces de Europa advierte a éstos que deben preservar “su independencia y su imparcialidad, absteniéndose de toda explotación personal de sus eventuales relaciones con los periodistas”.
Muratori, al hablar de la imparcialidad –relegada por el juez Castro, según Horrach- afirmaba que “el juez, cuando se le presente alguna causa, debe desnudarse de todo deseo de amor, odio, temor o esperanza y debe sondear el corazón para ver si oculta en él algún impulso secreto de desear y de hallar mejores y más fuertes las razones de una parte que de la otra, porque esperar alguna utilidad propia, no sería administrar justicia sino venderla”.
Andrés Ibáñez, hablando también sobre la imparcialidad, afirma que “El imperativo de imparcialidad veda al juez penal toda posibilidad de subrogarse en el cometido de la acusación. Primero, por la presunción de inocencia, segundo, porque la acusación corresponde formal y exclusivamente a quien la tiene atribuida. El juez debe adoptar una posición de pasividad total. La imparcialidad impide que el juez se alinee con una de las partes, normalmente, con la acusación”.
La presunción de inocencia impone al juez la adopción de una posición de neutralidad, de ausencia de pre-juicios, y la absolución si no existen datos probatorios de cargo.
El juez Castro ha recibido un regalo de una admiradora de Córdoba, su tierra natal: un ramo de flores y una rosa azul. Ha ganado, sin duda, la batalla popular y la mediática. Veremos si gana la batalla judicial, aunque esa, para él, sea ya una batalla intranscendente.
La Infanta lleva meses envuelta en las tinieblas del desasosiego y la intranquilidad. Podríamos pensar “que se joda”, pero como ser humano que es, a mí me inspira pena –no entro a juzgarla-. Le sugiero que piense en las palabras del poeta cuando afirmaba que “la noche no es más que el tiempo en que se abren las puertas del cielo y se puede mirar al infinito” y que tenga presente que es más fácil formular una acusación que destruirla, como es más fácil abrir una herida que curarla.