(Venezuela) Un desolado y doliente país

Venezuela posee un atrayente  lema turístico: “Un país para querer”. Y es cierto. Esa tierra de gracia es un emporio de riqueza natural inconmensurable; petróleo abundante en el subsuelo y oro a granel en las minas “Las Cristinas”, allá abajo, hacia el sur,  donde se levanta el Macizo de las Guayanas y comienzan los grandes ríos - Orinoco, Ventuari, Casiquiare –, aguas en abundancia  que mueven las grandes turbinas eléctricas de la represa del Gurí en un país cuya electricidad  falta un día sí y otro también.

 Con apenas 28 millones de habitantes y cerca del millón de kilómetros cuadrados, con  una temperatura media de 20 grados, los campos – cuando se les trabaja – producen cuatro cosechas,  y sobrada de café, pesca, ganado bovino, gas natural, electricidad, hierro, aluminio, acero y tres mil kilómetros de costa sobre el mar Caribe,  la nación representa  un emporio que bien pudiera estar a la cabeza de la economía latinoamericana.

Muy al  contrario: padeciendo la inflación más galopante del mundo y una incontrolable economía informal – miles de personas vendiendo lo que pueden en las calles de las grandes ciudades -  el estado se desmorona a ojos vista.

A esto debe añadírsele el agravante de la situación política. El maremoto social que representó Hugo Chávez Frías se ha tornado huracán salvaje bajo el actual presidente Nicolás Maduro. 

Inundado hasta el tuétano de demagogia, el ex comandante muerto representó la figura de  un  líder populachero que, habiendo dado engañosamente  un sentido de dignidad a los pobres más paupérrimos, no quiso  o no  supo hacer que esos  desheredados subieran de escalón social; muy al contrario,  azuzó para que la clase media – hoy prácticamente desaparecida – se empobreciera,  mientras  dividía a Venezuela en dos mitades casi irreconciliables, cuya única salida, funestamente, parece ser una conflagración feroz y sangrante.

 Venezuela vive en permanente zozobra. Nada funciona y las únicas salidas en lontananza pasan por el tamiz de la violencia. En estos primeros seis meses del año, el hampa dejó  las calles sembradas con más de 600 asesinatos. El terror diario no cesa. Los abastos y supermercados vacíos, no hay medicinas -según el Instituto Nacional de Estadísticas, en un año el consumo de los 55 productos que componen la canasta diaria disminuyó el 62 por ciento - ; los hospitales se volvieron covachas, cientos de niños famélicos al decir de los pediatras, mientras la corrupción es galopante y de espanto; los sueldos promedio no cubren las primeras necesidades, y esto en una nación que domina el tercer lugar en producción de hidrocarburos.

Aquel Hugo Chávez  fantasioso que creyó haber venido al planeta tierra como Cristo, Mahoma o Buda, a  reverdecerlo, se fue a la tumba como el mayor demagogo de la historia venezolana, y eso un  terruño que creó a mansalva   a políticos felones.

 Poseía ideas cuartelarías y Nicolás Maduro sigue su mismo camino, con la salvedad de que a éste  le falta agudeza, don de mando y experiencia política. El ex presidente tampoco las poseía en demasía aunque le rodeaba un halo de líder nato.

Así es el llamado “Socialismo del Siglo XXI”, que hoy los ilusorios  herederos del “Máximo Líder” mantienen  ceñido en un   ensueño pavoroso y desencajado de la realidad y cuyo falso Tótem es Maduro,  el hombre que conversa con pajaritos cuyos trinos  proceden del “centauro  de   Sabaneta”, embalsamado cual Lenin  en el Cuartel de la Montaña o antiguo Museo Militar de Caracas.

Y aunque las sombras revolucionarias  siguen inundando de verborrea una economía de gulag y llenado los calabozos de estudiantes y líderes de la oposición,   los servicios públicos - transporte, vivienda, agua, electricidad, telefonía fija, vialidad, educación, seguridad y salud – colapsan de  manera pavorosa.

La fantasía efervescente y cruel está siempre contra el ensueño, al no haber nada peor ni más temerario que la realidad transformada en utopía. “¡Terrible! De ahí las dictaduras”, dijo Herta Müller, la polaca Nobel de Literatura, quien padeció en carne propia las secuelas del socialismo autócrata, ese mismo que hoy sufren los venezolanos con el silencio cómplice  de  estados europeos.

Decir que el gobierno criollo se halla en una grave crisis no desnuda  nada nuevo. La salida impúdica del gabinete ministerial, tras una carta pública,  de Jorge Giordani, ideólogo comunista del chavismo durante  15 años, forjador de su  arcaica economía y alumno aventajado de Antonio Gramsci, representa un detonante de múltiples consecuencias, al reflejar la desnudez del madurísmo, esa enclenque coalición gubernamental de hombres sin pueblo,  cuya bruma  de corrupción, engaños y bajezas   será el principio del fin de un artificio sin precedentes en la historia de la nación bolivariana.

En medio de todo nos falta repetir que Venezuela cuenta con petróleo a granel  y ahora, como ayer, el crudo marca el peso de las relaciones internacionales. Lo demuestra la historia: los países no tienen amigos sino intereses, y eso obliga a mirar hacia otro lado y  no escuchar los gritos de agonía   del pueblo caribeño.

No será así siempre: el principio del fin ha comenzado, y esa pelea a dentelladas será entre los falsos herederos de Chávez, muchos de ellos convertidos en multimillonarios tras desvalijar las arcas gubernamentales.



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