Dos son los acontecimientos que marcan la actualidad nacional esta semana: la abdicación-coronación y el fútbol.
Ambos mueven a la masa, aunque en sentidos opuestos. La abdicación-coronación escinde, separa, evidencia la discrepancia; el fútbol une, cohesiona, ilusiona(ba).
De la abdicación-coronación destacan, a mi juicio, dos detalles: el Rey abdicante no leyó su discurso, tuvo que valerse de un tercero; durante el acto no cruzó la mirada con la futura Reina ni mostró hacia ella ningún detalle de cercanía o afecto, haciendo bueno el diagnóstico de que entre ellos no hay relación alguna; Felipe VI estuvo brillante en su discurso.
Por cierto, a poco que se piense en el tema, resulta difícil de entender que al momento actual la consorte del Rey pase a ser Reina. En Inglaterra, el consorte de la Reina no es Rey.
A pesar de que la abdicación-coronación es un acontecimiento histórico para España, me quedo con el fútbol.
El fútbol es un fenómeno de masas impresionante que presenta unos rasgos muy peculiares que lo diferencian de otros acontecimientos que también mueven a la ciudadanía pero con connotaciones distintas.
Las personas que acuden al fútbol son individuos con una personalidad diferenciada que se ve neutralizada por la acción de la masa, que actúa como aglutinante de una afectividad común que se manifiesta hacia el exterior como una unidad dominada por un sentimiento cuya fuerza viene a ser equivalente a la suma de las intensidades de las emociones individuales.
La masa se aparece así como un todo diferente de cada uno de sus miembros individualmente considerados.
Esa solidez colectiva se manifiesta en los ámbitos local, provincial y autonómico, aunque alcanza su cenit en el nacional.
“La roja”, el “sí, se puede”, el “oé, oé, oé” son, quizá, las palabras más pronunciadas en la historia de España.
Muy pocos serán capaces de recordar el nombre del último Premio Nobel de Literatura, pero seguramente menos aún no sabrán quién es Ronaldo o Messi.
Lo curioso es que el fútbol idiotiza, anestesia, paraliza a todo un país y, además, los futbolistas se convierten en referente, en modelo de vida.
Hay que reconocerle al fútbol, por tanto, un gran papel cohesionador.
Por muchos que sean los esfuerzos de los nacionalistas separatistas para dividir, escindir, romper la unidad de cualquier nación, el fútbol, cual sólida argamasa, mueve las voluntades colectivas en torno a una misma ilusión y un mismo sentimiento: la victoria del equipo nacional.
Vivimos en el mundo de la globalización, pero quizá sea más acertado afirmar que vivimos en el mundo de la gol-balización.
Ciertamente, el sentimiento que se vive en España estos días no es de euforia, sino de tristeza, pero no por ello deja de ser un sentimiento colectivo.